2 de mayo de 2013

VI Domingo de Pascua, Ciclo C

PREPARANDO LA FIESTA DE PENTECOSTÉS 

El tiempo pascual avanza y, casi sin darnos cuenta, vemos cómo la liturgia, después de haber dado toda la importancia que tiene la resurrección de Jesucristo, nos va llevando hacia Pentecostés a través de lecturas bíblicas, antífonas, oraciones, etc. 

Evidentemente que la resurrección de Jesús de entre los muertos es lo fundamental de nuestra fe. 

De su Pascua depende nuestra salvación. 

Pero el día de la ascensión de Jesús no aparecía claro que los discípulos que quedaban tuvieran mucha capacidad para construir su Reino en este mundo. 

Era preciso que el pequeño grupo de la Iglesia creciera en número, pero sobre todo en profundidad, para seguir la obra de Jesucristo. 

Por eso, la liturgia cada año nos conduce, poco a poco, a través de las grandes verdades de nuestra fe al encuentro de nuestro Dios. Y el corazón de todo es la Pascua y Pentecostés. 

De las hermosas lecturas de este día vamos a escoger unos pensamientos que nos ayuden a prepararnos desde ahora a la fiesta del Espíritu Santo. 

Antes de continuar es bueno que resaltemos un detalle importante para entender mejor las promesas de Jesús: 

Él habla de dos “Consoladores”, el primero es Él mismo y “el otro Consolador” es el Espíritu Santo. 

Varias veces en la última cena Jesús promete enviar desde el cielo este Espíritu Santo. Una de ellas la leemos en el Evangelio de hoy: 

“El defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. 

Está claro que Jesús enseñaba maravillas y también está claro que los apóstoles no entendían gran cosa de lo que Él decía. 

Sin duda fue ésta una de las humillaciones que sufrió Jesús por haber escogido a los humildes como fundamento del Reino que quería construir en este mundo. 

Pero como, en fin de cuentas, era Dios verdadero las cosas salieron como tenían que salir y el Reino de Dios tuvo como fundamento aquellos muy sencillos apóstoles, la mayor parte de los cuales eran pescadores. 

En los Hechos de los Apóstoles leemos hoy esta frase: “hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…” 

Es hermoso ver cómo se habían compenetrado los apóstoles con el Espíritu Santo que les regaló Jesús el día de Pentecostés. Se identificaron con Él hasta hacer esta afirmación que deja claro el cumplimiento de la promesa de Jesús en la última cena. 

Otro de los frutos de la presencia del Espíritu en la Iglesia es la paz. Una paz que no es como la que da el mundo sino que es la paz que el Espíritu de Jesús transmite al corazón del cristiano. 

Y es que, en la medida en que vivimos la presencia del Espíritu, estamos seguros de tener también esta paz que serena el propio corazón en la intimidad de la persona y en sus relaciones con los otros y sobre todo con Dios. 

Finalmente, meditemos estas palabras tan consoladoras: “el que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. 

Como sabemos que el amor del Padre y del Hijo es el Espíritu Santo, este texto bíblico nos asegura que la presencia del Espíritu Santo, con el Padre y el Hijo, no es algo transitorio ni superficial sino algo muy profundo que debemos meditar. 

Dios está dentro de nosotros. Permanece dentro de nosotros. 

¿Aprovechamos de verdad esta presencia de la Trinidad Santa? ¡Dios está en mí y yo estoy en Dios! 

Buena oportunidad la de estos días para pedirle al Espíritu Santo que tomemos conciencia de su presencia en nuestro corazón: ¡Yo soy templo del Espíritu Santo! 

En medio de estas reflexiones que nos propone la liturgia del domingo el salmo responsorial nos invita a alabar a Dios: 

“¡Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben! Que canten de alegría las naciones y que Dios nos bendiga”. 

Guardemos como pensamiento para la semana estas palabras del versículo aleluyático: 

“El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él”.