27 de diciembre de 2013

La Sagrada Familia

Archivo: Donát János Szent család.jpg.
La Sagrada Familia, cuadro de János

“Jesús, José y María os doy el corazón y el alma mía.

Jesús, José y María, en vosotros descanse en paz el alma mía.

Jesús, José y María asistidme en mi última agonía!”.

Qué lindos recuerdos nos traen estos tres nombres tan queridos en la Iglesia y tan rezados con amor en la tradición cristiana, pensando en la Sagrada Familia.

Pues esos tres que se aman tanto y se han hecho querer tanto, son una familia… la más maravillosa que ha pasado por este mundo.

¿No te gustaría tener una familia así?

Haz todo lo posible para que sea una realidad.

Y hazlo con el apoyo y oración de tu cónyuge y de tus hijos.

La Iglesia en el domingo que cae dentro de la octava de Navidad, nos pone esta hermosa fiesta.

¿Con qué lecturas?

* Los pastorcitos “encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre” en la cueva de Belén. ¡A los tres! (Antífona inicial).

Piensa que a Jesús lo encontramos siempre en María… y en tu oración no olvides nunca a san José.

* El Eclesiástico invita a vivir en familia:

“Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole”. 

Recalca más todavía el honrar al padre, diciendo:

“Aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras viva” (tu paciencia te santificará).

* El salmo nos habla de la felicidad de una familia que teme al Señor y sigue sus caminos.

* San Pablo nos da unos consejos maravillosos para vivir en familia. Te invito a leerlos y meditarlos en este día: sobrellevarse mutuamente, perdonarse y sobre todo amarse.

Sigue leyendo y encontrarás algo que pone nerviosas a algunas personas: “mujeres vivid bajo la autoridad de vuestros maridos”. Estos nerviosos no saben la felicidad que habría en el hogar en que la mujer cumpliera este consejo, mientras el hombre amara a su esposa como Cristo a la Iglesia.

* El Evangelio, según los distintos ciclos, presenta momentos importantes en la vida de familia: 

- La huida a Egipto.

- La vida de la familia donde el Niño crece en sabiduría y en gracia.

- Jesús se pierde y lo encuentran en medio de los maestros de la ley.


La solemnidad de Santa María Madre de Dios

El día 1 de enero celebramos también la octava de Navidad con el título de: Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.

Un hermoso día para recordar la profundidad que debe tener nuestra devoción a la Virgen María dándonos cuenta de que, si muchas advocaciones y devociones pueden ser importantes, la más importante de todas siempre tiene que ser la Maternidad Divina, es decir, aquel misterio maravilloso por el cual Dios entregó a los hombres los bienes de la salvación; es decir a Jesucristo origen y fuente de nuestra vida cristiana.

En las lecturas de ese día encontraremos en primer lugar la bendición que Dios pidió a Moisés que utilizase para bendecir y que san Francisco hizo tan común:

“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”.

El Señor añadió algo tan bello: “Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré”.

San Pablo a los Gálatas les recuerda que “Dios envió a su Hijo nacido de una mujer, nacido bajo la ley”. También nos recuerda el gran regalo de Dios que es la presencia del Espíritu Santo dentro de nosotros el cual nos hace exclamar: “¡Abbá, Padre!”.

Qué bonito sentir de verdad que los cristianos somos hijos de Dios y no somos esclavos de nadie.

El Evangelio a su vez nos cuenta cómo unos pastores sencillos, al oír el anuncio de los ángeles, corrieron a Belén y “encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre”.

Y a continuación nos abre el secreto del corazón de María, la Madre Santa, que “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”.

Y termina esta fiesta tan importante de la Divina Maternidad de María contando que “le pusieron por nombre Jesús”. Si normalmente el padre era el que daba el nombre al recién nacido, aquí recordamos cómo el ángel, le dijo a María: “tú le pondrás por nombre Jesús”; y a José: “tú le pondrás por nombre Jesús”.

Por eso san Lucas advierte: “le pusieron el nombre de Jesús”.

En este día tengamos presente que desde que el Papa Pablo VI “instituyó el 1 de enero la Jornada Mundial de la Paz que goza de creciente adhesión y que está haciendo madurar frutos de paz en el corazón de tantos hombres” que nosotros estemos siempre entre quienes trabajan por la paz recordando además las palabras de Jesús: “bienaventurados los que construyen la paz”. 

Termino esta reflexión deseándoles a todos ustedes un año, el 2014, lleno del gozo del Evangelio y construyendo un mundo siempre nuevo por el amor.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

20 de diciembre de 2013

IV Domingo de Adviento, Ciclo A

VENDRÁ EL QUE YA ESTÁ CON NOSOTROS
Frecuentemente encontramos en nuestra fe cosas que parecen contradictorias y sin embargo son así. Por ejemplo, sabemos que Cristo vino y vendrá. Viene y vendrá de muchas maneras.

Es el ingenio y creatividad del Dios bueno que ama la novedad y nos la quiere compartir.

Así, en estos días vamos a oír muchas veces: “Ven, Señor Jesús” y también oiremos: “Emmanuel”; es decir, el “Dios-con-nosotros”. Dios viene y ya está con nosotros.

La primera lectura de hoy es del profeta Miqueas. Nos habla de la pequeña Belén “una pequeña entre las aldeas de Judá”.

El motivo es en realidad el de siempre: que Dios aparece tanto más grande cuanto más pequeña y débil es nuestra humanidad.

De Belén “saldrá el jefe de Israel… Él pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor”. 

No hay duda de que una de las cosas que más añora la humanidad es siempre la paz y la justicia auténticas.

Si nos fijamos, veremos cómo los salmos son un continuo suspiro de la humanidad pidiendo insistentemente ambas cosas al Señor.

Pues bien, este jefe de Israel cumplirá el deseo de su pueblo porque “éste será nuestra paz”, el “Príncipe de la Paz”.

De esta manera el profeta nos presenta al Mesías prometido.

El salmo responsorial nos habla de este Pastor de Israel y nos invita a repetir: 

“Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. 

Pastor de Israel escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece. 

Despierta tu poder y ven a salvarnos”.

La carta a los Hebreos nos presenta a Jesucristo entrando en este mundo y hablando con su Padre. Le dice: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas” y es que en realidad todas las ofrendas que ofrecían los hombres no tenían ningún valor para desagraviar al Infinito, a Dios.

Jesús, por su parte, aclara que su Padre le ha preparado un cuerpo y está seguro de que desde la limitación humana que Él asume, podrá ofrecer al Padre un sacrificio de expiación en nombre de toda la humanidad y, una vez encarnado, adoptó la actitud de la víctima perfecta: 

“Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.

La aceptación por parte de Cristo, de un cuerpo semejante al nuestro, se convierte en nuestra purificación y salvación: “todos quedamos santificados por la oblación del Cuerpo de Jesucristo hecha de una vez para siempre”.

Hay algo muy hermoso, en lo que quizá no hemos reparado, pero la liturgia de hoy nos lo quiere señalar expresamente.

Junto al sí de Cristo, a su aceptación para hacer la voluntad del Padre, está el sí de María que en el verso aleluyático nos dice: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra”.

¡Qué buena oportunidad para que nosotros también repitamos nuestro sí y podemos hacerlo con las palabras que Jesús nos enseñó: “Hágase tu voluntad”.

El Evangelio nos acerca al nacimiento de Jesús, recordándonos el encuentro de las dos primas, María e Isabel. María saluda a Isabel y ella siente la alegría de su hijo, que ya tiene cerca de siete meses, saltando en su vientre.

En ese momento maravilloso, Isabel glorifica a Santa María con esta doble bendición:

“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”.

Después Isabel, recordando la falta de fe de su esposo que estaba mudo en esos momentos, le dice a su prima: “Dichosa tú que has creído porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá”.

De esta manera la Iglesia nos está preparando para la Navidad que se acerca.

Por mi parte, les invito a todos ustedes a que, sin olvidar que la alegría externa es buena y que es un signo del gozo de Dios que llevamos dentro, nos preocupemos ante todo del gran misterio que Dios nos ha revelado.

Jesucristo, verdadero Dios como el Padre y verdadero hombre con cuerpo y alma como nosotros, ha hecho la obra más maravillosa que ninguna criatura pudo imaginar.

Dios se hace pequeño, Dios se hace criatura para que nosotros podamos tener contacto con la Divinidad y, mediante la gracia que Él nos merece, podamos confiar en una eternidad feliz, gozando de nuestro Creador.

Esto nos da a entender que la Navidad tiene que ser, ante todo, un inmenso ¡Gracias!, que suba de la tierra al cielo.

Gracias a ese maravilloso Dios que quiso hacerse pequeño, para hacernos grandes.

Por otra parte, aprovechemos estos días para purificarnos y acercarnos, por medio de Cristo, al Padre Dios que nos ama en el cariño del Espíritu Santo.

Y aprovechemos también para entender en qué consiste el verdadero amor al prójimo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

12 de diciembre de 2013

III Domingo de Adviento, Ciclo A

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO
Hoy, tercer domingo de Adviento, la Iglesia hace una pausa en la preparación un tanto seria del Adviento para invitarnos a la alegría.

Es bueno que tengamos presentes las palabras que nos ofrece en su exhortación apostólica El gozo, la alegría del Evangelio, el Papa Francisco.

Recordemos:

“La Alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Cristo… con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.

Los que tienen en la Corona de Adviento tres velas moradas, como son los ornamentos del Adviento hoy prenden la cuarta vela, que es rosada, imitando la casulla que se pone el sacerdote en las parroquias que la tienen.

Veamos ahora como la Iglesia, a través de las lecturas de hoy nos invita a este gozo.

La antífona introductoria, dice:

“Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres”.

La oración colecta nos dice que “la Navidad es fiesta de gozo y salvación” y por eso pide a Dios la gracia de “celebrar la Navidad con alegría desbordante”.

El profeta Sofonías (quizá poco conocido) nos invita a regocijarnos:

“Regocíjate hija de Sión, grita de júbilo Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén”.

Y nos da el motivo y es que en realidad no puede haber un motivo más importante para que la humanidad se sienta feliz que éste:

“El Señor ha cancelado tu condena”.

Además el profeta, personificando al Dios protector en un guerrero, le asegura su protección y todavía más, nos hace sentir que Dios está feliz:

“Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo, como en día de fiesta”.

San Pablo nos dice las palabras que abren la celebración y que hemos citado antes y nos da el motivo: “El Señor está cerca”. Por eso, no debemos estar preocupados por nada. Lo único que debemos hacer “en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias vuestras peticiones sean presentadas a Dios”.

Así alcanzaremos la paz verdadera.

Esta cercanía de Dios nos hace entender que es el Espíritu Santo quien la produce en el corazón de los suyos: 
“El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres”.

Así nos enseña el versículo aleluyático y como hemos visto, con esta alegría podemos salir a evangelizar sobre todo a los pobres, que será el signo que Jesús dará al Bautista cuando le envíe mensajeros para ver “si es Él el que ha de venir o hemos de esperar a otro”.

El Evangelio nos recuerda los consejos con que Juan Bautista “exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio”.

Éstos eran algunos de sus consejos:

* A todos:
“El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; el que tenga comida, haga lo mismo”.

* A los publicanos:
“No exijáis más de lo establecido”.

* A unos militares:
“No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie sino contentaos con la paga”.

Ante el poder evangelizador de Juan había en el ambiente una duda:

“¿Serás tú el Mesías?”

Y Juan, el evangelizador, explicaba:

“Yo os bautizo con agua pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego…”

Terminemos nuestra reflexión de este domingo de gozo y de alegría repitiendo el estribillo del salmo responsorial que en realidad pertenece al profeta Isaías:

“¡Gritad jubilosos: qué grande es en medio de ti el Santo de Israel! ¡El Señor es mi Dios y Salvador, confiaré y no temeré!”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

6 de diciembre de 2013

II Domingo de Adviento, Ciclo A

MARÍA INMACULADA
Inmaculada Concepción significa que cuando los llamados por la Tradición, san Joaquín y santa Ana concibieron a María, en ese momento, Dios intervino para que no entrara en Ella el pecado original.

Durante muchos siglos el pueblo de Dios defendió esta verdad de fe. Incluso con oraciones, escritos y también auto-sacramentales, que son una forma de representación teatral.

En 1854 el beato Papa Pío IX declaró que la doctrina que sostiene la Inmaculada Concepción de María es dogma de fe y por tanto todos deben creerla.

Poco después, en 1858, la misma Virgen María, en una aparición milagrosa a santa Bernardita, confirmó esta verdad de fe presentándose a la pequeña con estas palabras: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

Nos alegramos por Jesús porque María es su Madre Purísima y Dios quiso prepararla con especiales privilegios para que lo acogiera a Él en su seno virgen.

Nos alegramos y agradecemos también por nosotros mismos porque Ella es nuestra Madre y nos hace felices tener una Madre tan linda.

En este domingo deberíamos celebrar la Misa del domingo segundo de Adviento que en la liturgia es “intocable”. Pero la Santa Sede ha permitido celebrar la Inmaculada por ser una fiesta mariana muy importante y además celebramos en este día miles de primeras comuniones.

Sin embargo, por disposición del mismo decreto, la segunda lectura del día será la de Adviento como comentaremos más adelante.

Meditemos las lecturas, empezando por el prefacio que explica y justifica este privilegio de la Inmaculada Concepción:

“Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia, fuese digna Madre de tu Hijo y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura. Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.

La primera lectura nos lleva al Paraíso terrenal. Adán y Eva se esconden porque llega Dios a visitarlos, como de costumbre, y se sienten desnudos y pecadores. 

Dios le pregunta a Adán por qué se esconden. Él le echa la culpa a Eva y Eva culpa a la serpiente.

Es ésta una de las debilidades que hemos heredado de ellos: siempre nos excusamos.

El Dios de la misericordia, como es también justo, tiene que castigar y lo hace según había prometido. El castigo representa la expulsión del paraíso, la muerte, engendrar los hijos con dolor y el trabajo costoso de sacar el pan de la tierra con el sudor de la frente.

Pero como Dios es misericordioso nos ofrece el “protoevangelio”; es decir, el primer anuncio de esperanza de salvación para los hombres:

Dios dice a la serpiente: “Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya. Ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón”:

Una mujer con su descendencia (el Redentor) pisoteará el orgullo de la serpiente.

Esa mujer es María y hoy nos la presenta san Lucas como una joven maravillosa que acepta cumplir, con la humildad de una sierva, la Palabra del Señor.

Ella virginalmente concebirá y dará a luz un hijo que se llamará Jesús porque salvará al pueblo de Dios.

Esto se realizará sin intervención de varón (milagro de Dios), sólo por obra del Espíritu Santo “que vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”.

Al sentirse elevada a lo más alto que puede llegar una criatura, María se humilla: “aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra”.

De esta manera, la que fue Inmaculada en su Concepción, permanece Purísima y Santa después de concebir al Verbo de Dios y darle un cuerpo como hace toda mujer con su hijo.

Por eso, con el versículo aleluyático, alabamos a María con las mismas palabras del ángel:

“Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú eres entre las mujeres”.

En la segunda lectura de Pablo a los Romanos (que corresponde al segundo domingo de Adviento) el Apóstol pide para nosotros “que Dios nos conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos según Cristo Jesús”.

Estos sentimientos los podemos reducir a dos clases: alabar unánimes a Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y acogernos unos a otros como Jesús nos acogió para gloria de Dios, tanto a los judíos como a los gentiles.

Esto significa que nos abramos al amor y alabanza de Dios “para que unánimes, a una voz, alabéis a Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. 

Y, por otra parte “acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor”… para acoger y unir tanto a los judíos como a los gentiles “para que todos alaben a Dios por su misericordia”.

Terminemos glorificando al Señor por las maravillas de la Inmaculada Concepción de María, repitiendo con el salmo responsorial:

“Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

28 de noviembre de 2013

I Domingo de Adviento, Ciclo A

CAMINEMOS A LA LUZ DEL SEÑOR
Con estas palabras “Caminemos a la luz del Señor”, del profeta Isaías, hemos llegado al Adviento.

Empecemos dando la bienvenida al evangelista san Mateo. Él será nuestro compañero durante todo el ciclo “A” y su Evangelio lo leeremos durante todo el año. Desde ahora nuestra gratitud para san Mateo.

Así como empezamos el año civil el 1 de enero, hoy comenzamos el año de la Iglesia, que solemos llamar el Año litúrgico.

Lo primero que se nos pide en este domingo es una reflexión seria sobre nuestra propia vida.

Estamos de paso en el mundo y es bueno pensar cómo nos va con Dios y con los hombres para rectificar lo que haga falta.

También será bueno pensar cómo les va a ellos con nosotros, cosa que a veces no nos preocupa tanto como debiera ser.

Para ayudarnos a hacer esta reflexión la Iglesia nos presenta unas lecturas muy apropiadas que nos invitan a meditar.

Normalmente pensamos poco. Nos lo advierte Jesús con estas palabras:

“Cuando venga el Hijo del hombre pasará como en tiempo de Noé.

Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el Arca; y cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”.

Nos advierte Jesús a continuación que el mismo peligro sigue existiendo hoy y existirá cuando venga el Hijo del hombre. En efecto, no reflexionamos y nos dejamos llevar por las cosas superficiales que nos rodean en esta sociedad.

Por eso, añade el Señor: “dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una la dejarán y a otra se la llevarán”.

¿Estas palabras de Cristo son para asustarnos?

¡No, por cierto!

Se trata del consejo de un amigo que quiere que cumplamos nuestro deber con fidelidad para con Dios y para con los hombres: 

“Por tanto, estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”.

La conclusión del párrafo del Evangelio del día de hoy es un consejo de Jesús más claro todavía:

“Estad bien preparados porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del hombre”.

San Pablo, a su vez, nos pone también en vela; es decir, en vigilancia gozosa.

Primero quiere que nos demos cuenta del momento en que vivimos… porque “ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”.

Ése es el gozo: Lo que trae Jesús es nuestra salvación. Por eso, el Apóstol nos pide, de una manera muy concreta: “dejemos las actividades de las tinieblas… conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias”.

Y, una vez más, el gran consejo de Pablo: “vestíos del Señor Jesucristo”. Es decir, del “hombre nuevo” que vive como Jesús y que tiene su misma manera de pensar, de amar y de actuar.

De esta manera se cumplirán en nosotros estas palabras del Papa Francisco de la homilía de Cristo Rey: 

“Así nuestros pensamientos serán cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo; nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo”.

Esta salvación de la que habla Pablo es la misma que profetiza Isaías para Israel y que vendrá “al final de los días”.

Dicha salvación tiene cuatro signos especiales:

- El monte de la casa del Señor (el templo) estará firme.

- Israel y todas las naciones peregrinarán hacia ese templo santo.

- Se notará la acción de “la Palabra del Señor que saldrá de Jerusalén”.

- Finalmente, la paz de las naciones.

En este domingo tenemos dos invitaciones especiales:

- El gozo de ir a la casa de Dios del que habla el salmo responsorial:

“¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!”

Si meditamos este salmo 121 podremos encontrar en él los signos de salvación que nos ha dejado Isaías en la profecía que acabamos de leer.

- La segunda invitación es para pedir misericordia a Dios porque sólo Él puede salvarnos:

“Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

21 de noviembre de 2013

Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo

JESUCRISTO REY
A la luz del Año de la Fe que termina este domingo y que sin duda nos deja el buen sabor de las cosas de Dios, hablemos de Jesucristo Rey del Universo. Él es la luz verdadera que ilumina a todo hombre y meditaremos si Jesús es rey; por qué; cómo ha reaccionado la humanidad frente a Él y qué podemos hacer nosotros.

Jesús es Rey

Pilato pone el título sobre la cruz con ironía para molestar a los fariseos que en realidad lo tenían harto con sus exigencias: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”.
Jesucristo mismo, cuando le pregunto Pilato: “¿Tú eres rey?”. Contesto: “Tú lo has dicho, soy Rey”.

La liturgia en el prefacio y en las oraciones de la fiesta enseña que el Padre “consagró Sacerdote eterno y rey del universo a tu único hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con oleo de alegría para que, ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta… entregara a tu Majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

¿Por qué es Rey Jesús?

Hay un doble motivo para llamar Rey a Jesucristo.

- Rey por naturaleza; ya que es el único hombre que, además de serlo, es Dios verdadero. Ningún otro hombre podrá compararse con Él para quitarle el título.

- Rey por conquista; ya que Él con su sangre compró a toda la humanidad rescatándola del poder del pecado y la muerte con que satanás la había sometido y condenado.

San Pedro enseña que Jesús nos liberó “no con oro ni con plata sino con su sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha”.

San Pablo enseña también: “no os pertenecéis, pues habéis sido comprados a buen precio”.

Precisamente redención significa volver a comprar.

Esto es lo que hizo Jesús, nuestro Redentor.

¿Cómo ha reaccionado la humanidad frente a Cristo Rey?

- El Evangelio nos dice que Pilato puso sobre la cruz el título de Cristo y la causa de su muerte: “Éste es el Rey de los judíos”.

Las reacciones de ayer y de hoy son más o menos las mismas.

- Los fariseos protestan ante Pilato.

- “Las autoridades hacían muecas a Jesús diciendo: a otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios”.

- Los soldados, quizá para congraciarse con las autoridades, le decían: “Sí eres tú el rey de los judíos sálvate a ti mismo”.

- “Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.

- Sólo el otro ladrón, sin duda iluminado por la gracia que Jesús le ofrecía lo defendió con estas palabras: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestros es justo porque recibimos el pago de lo que hicimos. En cambio éste no ha faltado en nada”.

Y volviéndose con arrepentimiento hacia el Señor que tenía tan cerca en la otra cruz le dijo: 

“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.

Sólo este ladrón arrepentido escuchó la voz del Salvador que le prometió: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”.

- María y las Santas mujeres lo vivían todo en el silencio profundo de su corazón.

Hoy pasa lo mismo.

Los orgullosos se creen con autoridad, rechazan a Jesús y a los suyos, llegan a prohibir sus imágenes y persiguen a quienes siguen su Evangelio.

El Papa Francisco nos hablaba de un millón de cristianos asesinados en este siglo, únicamente por serlo.

- Muchos se llaman cristianos por novelería o por quedar bien pero desprecian a Jesús y a quienes lo siguen de verdad.

Otros malhechores, arrastrados por su vida de pecado, rechazan a Jesús simplemente porque les molesta su luz.

Finalmente, están los que lo reconocen como Rey y Señor y están los mártires que repetían al morir: ¡Viva Cristo Rey!

¿Qué haremos nosotros?

Agradecerle ya que le debemos a Jesús la esperanza de la resurrección, y lo aclamamos con el verso aleluyático: “Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro Padre David”.

A Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo lo glorificamos con el Apocalipsis:

“y oí el clamor de una multitud de Ángeles que estaban alrededor del trono… que gritaban a toda voz: Digno es el Cordero degollado de recibir poder y riqueza, sabiduría y fuerza, honor, gloria y alabanza”.

Con el salmo responsorial nos sentimos felices al poder llegar a la casa del Señor:

“Vamos alegres a la casa del Señor”. ¡Y el Señor es Jesucristo, Rey del Universo!

La primera lectura nos presenta a David aclamado y ungido como rey por las doce tribus porque David es considerado imagen de Cristo, el Rey definitivo “cuyo reino no tendrá fin”.

En cuanto al bellísimo himno de san Pablo a los colosenses, les invito a leerlo y meditarlo, porque es una belleza la descripción que hace de nuestro maravilloso Jesús, Rey del Universo.

No hay duda de que Jesús merece el título de Rey, porque siempre será el primero en todo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

14 de noviembre de 2013

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

QUE NADIE LES ENGAÑE
Prácticamente éste es el último domingo del año litúrgico.

El próximo será la fiesta de Cristo Rey.

Con este día celebraremos también el final del Año de la Fe.

Después comienza el Adviento y con él el nuevo año litúrgico. De esta manera, la Iglesia nos llevará de la mano para revivir la historia de la salvación (cuatro domingos) y el ciclo salvador de la vida de Cristo (el resto del año).

Quiero llamarles la atención sobre un acontecimiento único en la historia: el próximo domingo por primera vez se presentarán a la pública veneración las reliquias de san Pedro apóstol cuyo cuerpo está enterrado bajo la basílica del Vaticano.

Será el triunfo de san Pedro, humillado en su martirio en el mismo lugar, y que ahora será aclamado por muchos miles de fieles que llenarán la plaza de san Pedro y sus alrededores.

Les invito a unirse a este acto especial de fe.

Viniendo a la liturgia de este domingo, meditemos en lo que se llamaban las postrimerías (muerte, juicio, infierno, gloria). Ahora solemos hablar de las verdades escatológicas, que es lo mismo.

Se trata de meditar que esta vida, por muy fuertes que nos sintamos, no es eterna. Que, a la vuelta de la esquina, hay una realidad definitiva de la que nadie puede huir.

Malaquías nos ofrece una profecía sobre el juicio divino. 

Cuenta él que en su tiempo (más o menos lo mismo que hoy) decía la gente:

“¿Qué sacamos con guardar los mandamientos de Dios? Los orgullosos son los afortunados y los malhechores son los que prosperan”.

El Señor promete hacer justicia. Es la parte del libro de Malaquías que leemos hoy:

“Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja y los quemaré el día que ha de venir y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas”.

Lucas nos presenta la belleza del templo y la admiración que causaba en todo judío el contemplarlo.

Jesús profetiza en este capítulo la destrucción del templo, las guerras y revoluciones y el fin del mundo.

Son tres acontecimientos distintos que no hay que confundir. Sí advierte Jesús que antes del fin del mundo habrá persecuciones y traiciones, incluso por parte de los familiares y amigos.

Estas persecuciones servirán para que los que siguen a Jesús puedan dar testimonio de Él. Para esos momentos contaremos con la ayuda especial de Dios.

Más aún, debemos confiar siempre en el Señor porque “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”.

Termina Jesús invitándonos a perseverar con estas palabras: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

Mientras llegan esos momentos finales san Pablo nos da unos buenos consejos. Él habla a los tesalonicenses de la venida del Señor y refiriéndose al fin del mundo, repite palabras de Jesús en el Evangelio de hoy:

“Que nadie os engañe” (2Ts 2,3; Lc 21,8).

Esta advertencia es muy interesante ya que vemos cómo los medios de comunicación social suelen ser muy alarmistas y de vez en cuando nos quieren llevar al fin del mundo o poco menos.

Meditemos, pues, los consejos de Pablo, siempre importantes porque, hoy como ayer, “nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar muy ocupados en no hacer nada”.

Esto se debía a que había corrido entre los cristianos que se acercaba el fin del mundo.

Pablo, por su parte, les pide que lo imiten:

“Tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar… sino que trabajamos y nos cansamos día y noche a fin de no ser carga para nadie”.

Y añade, después, esta frase tan conocida:

“Cuando vivimos entre vosotros os lo mandamos: el que no trabaja que no coma…”

Para la liturgia y para todas las personas de fe, cuando se habla de juicio y de fin del mundo, se entiende que se acerca la alegría de saber que Dios vendrá a llevarnos con Él y hacernos felices para siempre.

Esto es lo que nos recuerda el versículo del aleluya:

“Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”.

Y el salmo responsorial nos recuerda también el gozo de la venida del Señor: 

“El Señor llega para regir los pueblos con rectitud”.

Y a continuación nos invita a aclamar al Rey y Señor con toda clase de instrumentos.

Nuestra conclusión es que, con el fin del año litúrgico, aceptemos la invitación de la Iglesia para mirar más allá del tiempo, pensando en las gozosas palabras de Pablo a los tesalonicenses:

“Consolaos mutuamente con estas palabras: ¡así estaremos para siempre con el Señor!”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

7 de noviembre de 2013

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS 

El pasado 30 de octubre, en Irán, fueron azotados con 80 latigazos, propinados con gran violencia, por los cargos de consumo de alcohol, dos de los cuatro sentenciados. El tercero recibió los azotes el 2 de noviembre y el cuarto estaba en lista de espera. El motivo fue simplemente, el consumo del alcohol contenido en el vino eucarístico de una liturgia cristiana. 

Les transmito esta noticia por dos motivos. 

El primero, para que conozcamos cuánto sufren en el mundo muchos hombres y mujeres por el hecho de ser cristianos. 

Y segundo, rogarles que sigan leyendo: 

“En aquellos días arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley. 

Uno por uno se van entregando a los verdugos mientras valientemente se enfrentan al tirano: 

“¿qué pretendes sacar de nosotros? 

¡Estamos dispuestos a morir antes de quebrantar la ley de nuestros padres!" dijo el primero. 

“El segundo, estando para morir dijo: tú malvado nos arrancas la vida presente pero cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna…” 

Después “se divertían con el tercero”, asombrando con su valor a todos. 

“Torturaron después al cuarto que murió diciendo: vale la pena morir a mano de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”. 

Podríamos pensar también que el día 6 de noviembre, por primera vez hemos celebrado los Padres Redentoristas a seis mártires sacrificados por odio a la Iglesia. Pertenecían a la comunidad de la ciudad española de Cuenca. Formaron parte de los 522 beatificados por la Iglesia el 13 de octubre. 

He puesto tres botones de muestra pero ciertamente podrían ser millones. Es la historia de los seguidores de Cristo en todos los tiempos. 

Fácilmente puede decirse: ¿dónde está ese Dios bueno que permite que sea torturada tanta gente buena y sencilla sin haber hecho daño a nadie? 

Hoy la liturgia tiene sabor a resurrección y en la resurrección está la respuesta. 

Examinemos: 

* En la primera lectura ya hemos visto la fe de una gran familia, los Macabeos, la madre y siete hijos que se entregan a la muerte del todo por su fe. 

* El salmo responsorial nos habla de un “despertar” que no es el de cada amanecer, sino el gozoso encuentro con el rostro resplandeciente de Dios. 

Es cerrar los ojos a la tierra para abrirlos ante nuestro Creador. 

Por eso repetiremos “al despertar me saciaré de gozo en tu semblante”. Gocemos leyendo: 

“Guárdanos como a las niñas de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndenos. Yo con mi apelación vengo a tu presencia y al despertar me saciaré de tu semblante”. 

* Pablo nos asegura la fortaleza si nos apoyamos solamente en el Señor: 

“El Señor, que es fiel, os dará fuerza y os librará del maligno”. 

De esta manera, con sufrimientos o sin ellos, “seguiréis adelante cumpliendo todo lo que os hemos enseñado”. 

* El aleluya es un grito de resurrección, en el que la liturgia nos presenta a Jesús como quien se levanta de entre los muertos, pero no Él solo, sino Él como la primicia de todos los redimidos con su sangre: “Jesucristo es el primogénito de entre los muertos. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. 

* En el Evangelio, a una pregunta capciosa de los saduceos, que niegan la resurrección, Jesús contesta con profundidad afirmando rotundamente la resurrección: 

“En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios porque participan en la resurrección”. 

Jesús confirma de nuevo la resurrección y termina diciendo: “no es Dios de muertos sino de vivos porque para Él todos están vivos”. 

Será bueno que, como fin de nuestra reflexión de hoy, nos preguntemos con san Pablo y respondamos también con Él en la carta a los Corintios: 

“¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Insensato, lo que tú siembras no recibe vida si (antes) no muere. Y al sembrar, no siembras el cuerpo que llegará a ser, sino un simple grano de trigo, por ejemplo o de cualquier otra planta… 

Lo mismo es la resurrección de los muertos. Se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual…” 

Como es un hermoso tema, les invito a que profundicen el capítulo quince de la segunda carta a los Corintios. 

Terminemos la liturgia de hoy repitiendo las palabras de nuestro Credo: 

“Creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna”. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo

2 de noviembre de 2013

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

¡ZAQUEO, BAJA ENSEGUIDA!

San Lucas nuestro compañero del ciclo C que pronto va a terminar, nos cuenta que Jesús levantó los ojos y dijo: “¡Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa!”.

Y Zaqueo bajó enseguida. Veamos de qué manera.

El buen hombre quería ver a Jesús y “se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí”.

¿Quién era Zaqueo?

Lucas dice que era “jefe de publicanos y rico”. 

El que los publicanos fueran ricos debía ser algo normal porque se dedicaban a recoger los impuestos de los judíos para entregarlos a Roma.

Pero tenían la fama, y posiblemente la realidad, de una característica especial: recibir los impuestos y colocar parte en sus bolsillos y parte en las bolsas de Roma.

Pues bien. Un hombre de dinero e importante hizo ese acto de humildad de treparse a un árbol delante de la multitud y el regalo no tardó:

Jesús el profeta, Jesús el de los milagros, el que hablaba como no ha hablado ningún hombre, el que enseñaba con autoridad… fue a su casa!!!

Y en la casa de Zaqueo todo cambió menos la envidia refinada de los fariseos que al verlo “murmuraban diciendo: ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.

Ellos entendían las cosas a su manera y lógicamente no podían comprender el actuar de Jesús que no tenía miedo a que el mal lo pudiera contaminar. Y por otra parte, sabía que había venido para “pescar” no justos sino pecadores. 

Pero las cosas fueron muy distintas. 

Jesús tocó el corazón de Zaqueo y lo cambió. 

En un momento del banquete el “enano” (la Biblia dice que “era bajo de estatura”), “se puso en pie y dijo al Maestro: 

Mira la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres. Y si de alguno me he aprovechado le restituiré cuatro veces más”.

En este relato tenemos unas bellas lecciones que aprender:

* La lección de la humildad que es fundamental para entrar en el Reino de los cielos y en la que insiste Jesús de muchas maneras. Recordemos, por ejemplo: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.

* La lección para sacerdotes, catequistas y evangelizadores en general.

Cuando vayamos a una casa debemos ser presencia de Cristo que toque y cambie los corazones. El hacerlo nos dará la seguridad y también la satisfacción de que actuamos en nombre de Cristo.

* La tercera lección es la enseñanza central de este domingo para todos: 

En efecto, hoy nos habla la liturgia del amor paternal de Dios que no abandona a nadie. Más aún, nos busca a cada uno donde quiera que estemos. Dios es un Padre que quiere nuestra salvación. 

Esto lo presenta la liturgia de este domingo en cinco momentos:

1. A Zaqueo lo busca Dios en su casa. 

2. Pablo pide a los suyos que, con la ayuda de Dios, cumplan sus buenos propósitos y, con una simpática expresión, les advierte que estén siempre preparados para el encuentro con Jesús y “no pierdan fácilmente la cabeza, ni se alarmen por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima” (como vemos Pablo sale al paso de los chismes de quienes decían que él predicaba que ya se acercaba el fin del mundo).

3. El salmo aleluyático nos habla a todos del amor salvador de Dios y cómo la fe en Él nos salva: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en Él tiene vida eterna”.

4. El libro de la Sabiduría nos asegura el amor personal de Dios a cada uno de nosotros: 

“Te compadeces de todos, porque todo lo puedes. Cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. 

Amas a todos los seres y no odias nada de los que has hecho… a todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. 

Todos llevan tu soplo incorruptible”.

5. Finalmente el salmo responsorial nos invita a terminar hoy advirtiéndonos que debemos ser agradecidos a Dios por su misericordia para con nosotros.

Alabémosle, pues, con el salmo 144: 

“Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre… El Señor es clemente y misericordioso… 

Que todas tus criaturas te den gracias. Que te bendigan tus fieles”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

24 de octubre de 2013

XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

A QUIÉNES ESCUCHA DIOS
Pues Dios escucha a todos. Es un Padre que siempre tiene los oídos atentos a nuestras súplicas.

De todas maneras, es cierto que hay casos y casos. Por ejemplo, a todos nos molesta oír cosas como éstas:

- Yo voy a misa siempre. 

- Yo hago donaciones y aparecen en los periódicos porque soy bien conocido y reconocido por todos.

- Yo soy la primera en colaborar cuando pide algo el obispo porque yo soy bien católica como ha sido siempre mi familia.

Cuando hoy leamos la parábola del día fíjate bien cómo le caerá a Dios esa manera de pensar y sabrás cómo califica Él a estos fariseos de siempre. Con la presentación que hace Jesús todo queda aclarado:

El fariseo oraba así: oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

Jesucristo nos da a entender cómo el fariseo se fue cargando todos los pecados que había traído antes de rezar, más el pecado de orgullo cometido ante Dios.

No olvides que una de las características de la oración es la humildad.

Jesús nos presenta así la oración humilde del publicano: lo único que hacía era golpearse el pecho diciendo:

“Oh Dios, ten compasión de mí, pecador. 

Os digo que éste bajó a su casa justificado”.

La lección del día la saca Jesús mismo. Lo que necesitamos es vivirla:

“El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Pues esto es lo que quiere enseñarnos hoy la liturgia. La preferencia de Dios por los sencillos y humildes.

En realidad la justicia de Dios es para todos. Pero tiene preferencia por los pobres, huérfanos, viudas, oprimidos, los más humillados. Lee y medita estas frases de la primera lectura de hoy que pertenecen al libro del Eclesiástico:

“El Señor escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”.

Me imagino que al leer lo del “grito de las viudas” te habrás acordado del Evangelio del domingo anterior cuando Jesús, con el ejemplo del juez inicuo, nos advierte que Dios está atento para “hacer justicia a sus elegidos que le gritan día y noche”.

(Así se abrazan el Antiguo y el Nuevo Testamento).

Pablo nos habla también hoy de que el Señor fue su protector cuando “todos me abandonaron y nadie me asistió”…

(¡Pobre Pablo, tan entregado al Evangelio y tantas veces marginado, olvidado…! Tengamos esto en cuenta cuando catequizamos a otros y sentimos quizá la marginación, quizá el desprecio y la incomprensión)

Y continúa el apóstol: cuando lo abandonaron todos “el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar el mensaje de modo que lo oyeron todos los gentiles”.

Más aún, aludiendo a un texto bíblico completa:

“Él me libró de la boca del león”.

Y aún nos deja una lección de esperanza: 

“El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo”.

Si el Antiguo Testamento nos habla hoy de los abandonados por los hombres y en el Nuevo Testamento Pablo nos ofrece la propia experiencia de sentirse marginado, Jesús viene a salvarnos a nosotros también entre indecibles tormentos e incomprensiones. Pero “Dios estaba con Él”, con Jesús, como nos dice el verso aleluyático.

Terminemos haciendo nuestra la oración del salmo responsorial: “si el afligido invoca al Señor Él lo escucha”.

Hagamos nuestra la oración del salmista, admirando la misericordia de Dios:

“Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Mi alma se gloría en el Señor.

El Señor se enfrenta con los malhechores… cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.

El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

17 de octubre de 2013

XXIX Domingo del Tiempo ordinario, Ciclo C

LA ORACIÓN Y LA PALABRA
En este domingo podemos fijarnos en dos puntos distintos, pero en el fondo, conectados entre sí.

El primero se trata de la oración.

La lectura del Éxodo es clásica a la hora de hablar de la oración de intercesión. La victoria de Israel sobre Amalec no depende tanto del jefe militar de aquellos momentos, es decir de Josué, que peleaba en el campo de batalla, sino más bien de la intercesión que hacía Moisés en la cima del monte. Era una oración acompañada de penitencia. 

Así se lo dijo Moisés a Josué antes de que saliera a pelear: “mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano”.

El Éxodo presenta así la batalla: 

“Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas vencía Amalec, y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así resistieron sus brazos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su pueblo a filo de espada”.

Sabemos que la historia de Moisés con Israel fue una historia de intercesión sacrificada. Fue el caudillo fiel a Dios y a su pueblo y Dios lo escuchaba con predilección.

El salmo responsorial podría haber sido escrito después de esta victoria que nos cuenta el Éxodo porque realmente fue entonces cuando Israel pudo repetir: “el auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”.

Sabemos, sin embargo, que este salmo recoge la historia de Israel siempre.

Su geografía nos lo permite entender mejor.

Cuando la ciudad era atacada tenían que esperar a sus amigos, a sus aliados. Cuando los veían pasar por los montes lejanos bajando la llanura para subir a Jerusalén, comenzaba a crecer en ellos la esperanza de libertad y victoria.

De todas formas sabían muy bien que eran el pueblo de Dios y que el auxilio les venía directamente del autor del cielo y la tierra. Sabían, como nosotros debemos saberlo también para nuestra vida personal y comunitaria, que el Señor “no permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme. No duerme ni reposa el guardián de Israel”.

Como el pueblo escogido, medita siempre que “el Señor te guarda siempre, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño ni la luna de noche… Él guarda tu alma”.

La misma idea de la oración que Dios escucha, nos la presenta Lucas en el Evangelio. Él presenta la parábola diciendo que Jesús la contó para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse: 

“Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres”.

(¡Qué pena que esta raza no haya desaparecido todavía!).

“En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario”.

La descripción tanto del juez como de la vieja resulta muy simpática:

“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia no vaya a acabar pegándome en la cara”.

Después de estas pinceladas es Jesucristo mismo quien saca la conclusión:

Si el juez inicuo hace lo que le pide la viuda, “¿Dios no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?... os digo que les hará justicia sin tardar”.

La segunda idea, que es de san Pablo a Timoteo, nos enseña que la Palabra de Dios que se nos ha explicado, y que quizá nosotros como Timoteo la hemos recibido desde pequeños, debe ser “una fuente de sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”.

Para san Pablo la Palabra de Dios nos debe servir en todas las situaciones de nuestra vida de suerte que “estemos perfectamente equipados para toda obra buena”.

Por eso nos advierte que “toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, reprender, corregir, educar en la virtud”.

Precisamente por la importancia que tiene la Palabra y porque de ella depende la salvación de la humanidad, san Pablo tiene este bellísimo párrafo en el que invita a Timoteo a ser un predicador incansable:

“Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda paciencia y deseo de instruir”.

Así que, amigos, tengamos en cuenta estas palabras de la carta a los Hebreos que leemos en el verso aleluyático: “La Palabra de Dios es viva y eficaz; ella juzga los deseos e intenciones del corazón”. 

Recordemos siempre las dos lecciones de este domingo: 

Oremos sin desanimarnos y escuchemos y compartamos la Palabra de Dios.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

10 de octubre de 2013

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

DE LA LEPRA A DIOS
Naamán casi se la pierde

Naamán, gran caudillo del rey de Siria era leproso.

En una oportunidad trajeron una joven israelita prisionera que quedó al servicio de la mujer de Naamán.

La muchacha le aconsejó que fuera al profeta de Israel que podía curarlo.

Naamán, con permiso de su rey, viaja con muchas riquezas y al final se encuentra con Eliseo.

El profeta ni sale a saludarlo. Simplemente le manda bañarse siete veces en el río Jordán.

El orgulloso caudillo se iba furioso gritando que los ríos de Damasco eran mejores que todas las aguas de Israel.

Y despreciando al profeta, pensó regresar a su tierra.

Sus criados le hicieron entrar en razón con estas palabras:

“Padre mío, si el profeta te hubiera mandado algo difícil, ¿no lo habrías hecho?

¡Cuánto más si te ha dicho lávate y quedarás limpio!”.

Naamán se bañó siete veces en el Jordán y su carne quedó nueva como la de un niño.

Regresó, agradeció y ofreció dones valiosos que Eliseo no aceptó. Entonces el militar hizo una promesa:

Se llevó como muestra de gratitud eterna a su país, dos mulas cargadas con tierra de Israel, para extenderla y ofrecer sobre ella el culto y adoración al Dios verdadero porque “en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor”.

La verdad es que su orgullo casi le hace perder la sanación maravillosa que le consiguió su humillación.

También nuestro orgullo nos priva de tantas posibilidades en la vida espiritual e incluso en la vida social porque a Dios y a los hombres nos molestan los creídos.

Ser agradecidos

San Pablo en el versículo aleluyático nos pide que seamos agradecidos: 

“Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros”.

Por aquí va el tema de este domingo. La gratitud para con Dios.

El salmo responsorial también nos invita, con estas palabras y motivos a agradecer: “el Señor revela a las naciones su salvación… Cantad, gritad, vitoread, tocad… porque el Señor ha hecho maravillas y los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”. 

Por eso Pablo, en su párrafo bellísimo a Timoteo nos pide que hagamos “memoria de Jesucristo” porque solamente en Él está la salvación.

Se trata de recordar con gratitud todos los dones que nos ha dado Dios por Jesucristo.

Entre otras cosas enseña que “es doctrina segura: si morimos con Él viviremos con Él. Si perseveramos reinaremos con Él”. Aunque también nos advierte valientemente que “si lo negamos, también Él nos negará. Pero si somos infieles Él permanece fiel porque no puede negarse a sí mismo”.

Esto es lo que hizo Pablo que sacrificó su vida por Jesús para conseguir para sí mismo y para otros la salvación.

El Evangelio a su vez nos presenta a diez leprosos pidiendo la sanación, desde lejos, porque les estaba prohibido acercarse a los sanos.

Jesús les mandó: “Id a presentaros a los sacerdotes”.

“En el camino se sanaron los diez. Pero solamente uno, al ver que estaba curado, volvió alabando a Dios, a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era samaritano”.

Jesús muestra pena ya que solamente uno ha agradecido. Incluso se trataba de un extranjero. Por eso preguntó:

“¿No han quedado limpios los diez?; ¿los otros nueve, dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”

Cuántas veces en nuestra vida pedimos mucho y agradecemos poco no sólo a los hombres sino también a Dios.

Sin embargo deberíamos vivir en perenne acción de gracias al Señor que nos regala toda clase de bienes materiales y espirituales continuamente.

Esto lo podemos hacer, sobre todo, con el don más maravilloso que nos dejó el mismo Jesús para que pudiéramos agradecer: la Eucaristía, que significa precisamente “acción de gracias”.

San Alfonso en su libro de las Visitas al Santísimo Sacramento advierte que “el ingrato se hace indigno de recibir nuevos beneficios”.

Tú y yo, amigo, seamos fieles y agradecidos a Jesucristo a quien debemos todo.

Para animarnos más miremos a nuestro Señor de los Milagros que desde la cruz, sobre todo en este mes de octubre, nos recuerda cuánto nos amó y cuánto desea que le amemos nosotros también.

Este amor debemos manifestarlo tanto a Él directamente, como al prójimo en quien Jesucristo se ha ocultado.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

3 de octubre de 2013

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

EL JUSTO VIVE DE LA FE
Hoy nos encontramos con el profeta Habacuc. 

En realidad su nombre parece que se refiere a una planta que es la Albahaca. 

Es poco lo que sabemos de este profeta y, como podremos ver por el texto que se cita en las lecturas de hoy, no es tan fácil de entender.

Pero, de todas formas, está claro que el grito de hoy es muy frecuente, tanto en la Biblia como en nuestra vida: “¿Hasta cuándo, Señor?”. Y lo completa así: “¿Hasta cuándo pediré auxilio sin que me oigas?”.

Y luego brota otro grito: “¡Violencia!”, eso que surge en los corazones oprimidos.

De todas maneras la respuesta que dará el Señor en el capítulo siguiente aclara el plan de Dios sobre la humanidad.

“El injusto será rechazado porque tiene el alma hinchada”. En cambio, “el justo vivirá por su fe”.

Esta frase será muy importante para la Biblia y la encontraremos de manera especial en Pablo (Rm 1,17; Ga 3,11).

También en Hebreos (10,28) donde el autor de la carta completa: “Mi justo vivirá de la fe pero si se arredra le retiraré mi favor”. 

Y añade una invitación para todos nosotros que debemos hacer realidad en nuestra vida: “Nosotros no somos gente que se arredra para la perdición sino hombres de fe para salvar el alma”.

Como vemos por aquí anda el tema de hoy “la fe del justo” que todos nosotros debemos vivir en fidelidad a nuestro bautismo.

Precisamente San Pablo advierte a Timoteo en la carta de hoy “reaviva el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”.

Y todavía completa: “no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo”.

Y aún recalca a su querido discípulo que tenga presentes las enseñanzas de Pablo para pedirle “vive con fe y amor en Cristo Jesús… y guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros”.

A todos posiblemente se nos ocurre en este momento pedir fe a Dios y es esto lo que según el Evangelio de hoy pidieron a Jesús sus apóstoles: “Auméntanos la fe”.

La verdad es que necesitamos mucha, siempre, pero además hay situaciones difíciles en que nos confunden, o nosotros mismos nos confundimos, arrastrados por las distintas situaciones de la vida.

La respuesta de Jesús parece un poco al margen de todo pero, en realidad, es muy interesante.

Dice así: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza diríais a esa morera ‘arráncate de raíz y plántate en el mar ’”.

Siempre me ha llamado la atención que hable de la fe como un granito de mostaza porque es muy pequeño. Sin embargo, creo que es más fácil entender que una palmera pueda salir de un coco grande, que una hortaliza grande salga de la semilla de mostaza que es más pequeña que la cabeza del alfiler (entre paréntesis, les diría que yo admiro a mi canario que es capaz de sacar el alimento que hay dentro de la cascarilla del pequeño grano de mostaza).

Jesús completa el Evangelio con otra idea interesante que nos pide humildad para obedecer el plan de Dios: 

Tenemos que servir y, cuando hayamos cumplido, no hay nada que reclamar. Sólo decir humildemente: 

“Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

Y es que en el servicio realizado con fe, está nuestra recompensa y salvación.

Hoy el salmo responsorial nos pide conversión a la fe, y aceptar al Dios verdadero en nuestra vida. Así nos pide Él mismo a través de las palabras que repetiremos varias veces:

“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón”.

La fe es algo tan importante que todos necesitamos. Ésta es precisamente la invitación que nos hace en su carta “La Luz de la Fe” nuestro Papa Francisco. En ella aprenderemos tantas maravillas que aclaran cómo debe caminar el justo que vive de la fe. He aquí dos lucecitas:

“La luz de la fe es la de un rosto en el que se ve al Padre”.

Por la fe, por tanto, descubrimos al Padre como nos dijo Jesús: “el que me ve a mí ve al Padre”.

Nuestra vida no debe quedarse en teorías sino que debe llegar al fondo de nuestro ser. Esta actitud nos la pide también el Papa Francisco:

“La fe no sólo mira a Jesús sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos”.

Es decir que se trata de que nosotros participemos en el modo de ver que tiene Jesucristo. 

Vivamos, amigos, de la fe, es decir, que la fe sea el alimento y centro de nuestra vida. Para eso debemos ver a Dios en Cristo y tener en nuestra vida los sentimientos, criterios y acciones de Jesús.

José Ignacio Alemany Grau, obispo