28 de diciembre de 2012

LA SAGRADA FAMILIA , Ciclo C

En nuestro comentario de hoy vamos a seguir algunas de las reflexiones de Benedicto XVI en “La infancia de Jesús”. 
El Evangelio que corresponde al ciclo C nos presenta a Jesús en el templo a los doce años. 
Cuenta san Lucas que “los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua”. 
Esto nos indica que la “familia de Jesús era piadosa y observaba la ley”. 
En efecto, la ley de Moisés (la Torá) pedía que todo israelita se presentara en el templo tres veces al año: pascua, la fiesta de las semanas y la fiesta de las tiendas. 
Para los niños la obligación comenzaba al cumplir trece años. Sin embargo, las normas pedían que se fueran acostumbrando, poco a poco a cumplir los mandamientos, lo cual explica que Jesús fuera en peregrinación a los doce años. 
Pues bien. Jesús, al cumplir los doce años, va con sus padres pero no regresa con ellos sino que se queda en el templo durante tres días. 
Esto no supone descuido por parte de sus padres sino más bien indica que dejaban al hijo decidir libremente el ir con los de su edad y sus amigos durante el camino. Por la noche, sin embargo, se juntaban con sus padres. 
Este permanecer Jesús tres días en el templo lo relaciona Benedicto XVI con los tres días entre la cruz y la resurrección dejando ver cómo toda la vida de Jesucristo va en una misma dirección redentora. 
Esto constituirá para María uno de los momentos de sufrimiento profetizados por el anciano Simeón, como la espada que traspasaría su alma. 
Cuando María angustiada le pregunta a Jesús “hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”, la respuesta de Jesús indica que lo que ha hecho es simplemente cumplir el plan de su Padre verdadero que es Dios. 
Benedicto XVI nos presenta así la respuesta de Jesús: “estoy precisamente donde está mi puesto, con el Padre, en su casa”. 
Dos aspectos resalta el Papa en esta respuesta. Jesús corrige la frase de María dejando de lado a san José y advirtiendo “yo estoy en el Padre”. Por tanto, mi padre no es José sino Dios mismo. 
Por otra parte, Jesús habla de un deber al que se atiene el como hijo. El niño debe estar con el padre. 
Él no está en el templo por rebeldía para con sus padres (como pretenden algunos) sino justamente como quien obedece, con la misma obediencia que le llevará a la cruz y a la resurrección. 
De esta manera tenemos en la Sagrada Familia, María, José y Jesús, grandes modelos para nuestras familias cristianas. 
El padre, José, hombre serio, aceptando siempre con humildad y fe el plan que Dios le había trazado al pedirle que fuera padre adoptivo de Jesús. 
La Madre, María, desahogando así su corazón pero aceptando y meditando siempre con fe. 
Por dos veces en el mismo capítulo Lucas nos dice que “María guardaba estas cosas meditándolas en su corazón”. 
Y Jesús, viviendo el plan que su Padre Dios le había trazado, por una parte como Dios y Redentor, y por otra como un niño más: “bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad… y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”. 
En la primera lectura de hoy la Iglesia nos habla de la familia de Ana y Elcaná que tuvieron milagrosamente un hijo, el gran profeta Samuel, y que lo presentaron al sacerdote Elí para que sirviera en el templo de Dios. 
Se trata, por tanto, de una familia muy religiosa que nos sirve de modelo también en este domingo de la Sagrada Familia. 
Por su parte, san Juan, en la carta primera, nos hace ver que nosotros pertenecemos también a la gran familia de los hijos de Dios. Ése es el regalo que nos ha hecho el amor del Padre para “llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”. 
Que hermosos ejemplos tenemos en el día de la Sagrada Familia para vivir la verdadera piedad: el hogar de Ana, el hogar de Nazaret y el hogar trinitario en el que la misericordia de Dios nos ha hecho penetrar como verdaderos hijos. 
Así podremos aprender qué grande es el hogar cristiano y cómo debemos vivir en él, hoy más que nunca, cuando la sociedad busca de tantas formas destruir no sólo la familia cristiana sino toda familia. 
El martes, octava de Navidad, primer día del año, la Iglesia celebra la solemnidad de Santa María Madre de Dios. 
Que Ella fortalezca nuestros hogares para que en ellos haya siempre fidelidad, amor y la felicidad por la que siempre suspiramos. 
Que Ella nos traiga también a todos, amigos lectores, un año nuevo lleno de paz, recordando el mensaje del Papa para este día: “bienaventurados los que busca la paz”. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo

20 de diciembre de 2012

IV domingo de Adviento, ciclo C

ESPERANDO A JESÚS 

Hoy hacemos nuestro comentario en un pequeño tríptico. 

Primero 
El cuarto domingo de Adviento es una preparación inmediata a la Navidad. 
La Iglesia nos ha ido acercando, día a día, al nacimiento de Jesucristo. 
Para este domingo en concreto, el ciclo A nos presenta el nacimiento de Jesús según San Mateo. Él nos habla de las sospechas de José sobre María, hasta que el ángel le revela que “la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”. 
En el ciclo B San Lucas relata el anuncio que hace Gabriel a María, diciéndole de parte de Dios “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará hijo de Dios”. 
Por su parte, en nuestro ciclo C, el mismo San Lucas nos refiere que María, al recibir el aviso del ángel de que su prima, la anciana Isabel, iba a tener un hijo, se puso en camino. El encuentro de Isabel y María fue toda una fiesta en el seno materno, porque la gracia divina del pequeño Jesús pasó al pequeño Juan. 
La casa de Isabel se llenó de gracia y María, después de servir, regresa a Nazarethpara preparar el nacimiento de Jesús. 
La actitud que se nos pide en este cuarto domingo de Adviento es la de María, que se pone a disposición plena de Dios, diciendo: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” y la disponibilidad del mismo Jesús quien, según la carta a los Hebreos, entra en este mundo diciendo: “tú no quieres sacrificios ni ofrendas pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: “aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. 
Nosotros, enseñados por el mismo Jesús, también debemos repetir en este día “hágase tu voluntad” en mí y en mi vida. 

Segundo 

El día 24 es la preparación a la Navidad. 
Hay que tener en cuenta que entre el 24 y el 25 hay cinco esquemas diferentes para la celebración de la Santa Misa. Caso único en toda la liturgia. 
Uno en la mañana del 24 en el que el Evangelio nos lleva a recordar el Benedictus del viejo Zacarías, cuando recobró el habla después del nacimiento de Juan. 
Para la misa vespertina de la vigilia también tenemos una hermosa liturgia que comienza con esta antífona: “Hoy vais a saber que el Señor vendrá y nos salvará, y mañana contemplaréis su gloria”. 
El Evangelio, por su parte, es la genealogía de San Mateo junto con el nacimiento de Jesucristo contado por el mismo evangelista que resalta la maternidad virginal de María, recordando que con ello se cumplen las palabras de Isaías: “Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel que significa Dios- con- nosotros”. 
A partir de ese momento san José “se llevó a casa a su mujer”. 
Legalmente eran verdaderos esposos. Pero el verdadero padre de Jesús es el Padre Dios y su madre María. 

Tercero 

Para el día 25 la Santa Misa tiene tres esquemas, según la hora en que se celebre. 
Más aún, la Iglesia permite que celebre cada sacerdote tres veces la Santa Misa. 
A medianoche recordando “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”. Lo recalca el salmo responsorial diciendo: “hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. 
El Evangelio de la medianoche es la descripción bellísima, llena de poesía, luz y canto, en la que san Lucas nos cuenta cómo a María “le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no tenían sitio en la posada”. 
La segunda celebración es al amanecer, “la misa de la aurora” que comienza con el gozo de estas palabras: “hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor… y su reino no tendrá fin”. 
El aleluya nos repetirá “gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. 
El Evangelio, a su vez, nos dice cómo los pastores corrieron a Belén “a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor”. 
Lógicamente “encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre”. 
Son precisamente los pastores los que cuentan a María y a José lo que les habían dicho los ángeles acerca del Niño. 
María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” y nos invita a hacer lo mismo también a nosotros. 
La misa del día nos lleva a lo que Benedicto XVI llama la genealogía de san Juan que, partiendo de que “en el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”, nos enseña que el Verbo se encarnó para hacernos a nosotros también hijos de Dios: “A cuantos recibieron (la Palabra) les da poder para ser hijos de Dios… éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. 
Este es el gran regalo de la Navidad: Jesús, que es verdadero Dios, nos hace hijos adoptivos muy queridos de su mismo Padre. 
Con esta alegría les deseo una Feliz Navidad para todos. 

José Ignacio Alemany Grau,obispo

12 de diciembre de 2012

III domingo de Adviento, Ciclo C

SOMOS TESTIGOS DE LA LUZ 

“El Mesías ha llegado. Está en medio de ustedes. Pero no lo conocen”. 
Firmado: Juan 
Posiblemente ni lo dijo así ni tenía dónde firmar. Pero ése es el mensaje de Juan en el Evangelio para el Adviento. 
En el pueblo de Israel, todos esperaban al Mesías. Y, a través de los siglos, aparecieron algunos pseudomesías que desaparecían con su propio engaño. 
Un día, sin embargo, apareció un hombre santo que llamaba la atención de todos. 
Vestido de sacrifico y penitencia. Hablaba. 
Hablaba y su voz era como un trueno que pedía penitencia. Pero también era como una luz que arrastraba a la gente hacia el Jordán, como nuestros pobres focos atraen las mariposas de noche. 
Los cuatro evangelistas nos hablan de él y hoy los entrelazaremos para resaltar su presencia en Adviento. 
San Juan evangelista nos lo presenta de esta manera: 
“Hubo un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan. Éste venía como testigo para dar testimonio de la luz. Para que por él todos vinieran a la fe. 
No era él la luz, sino testigo de la luz”. 
Juan Bautista es un hombre maravilloso, gran apóstol, ejemplo para todos los apóstoles. 
La Iglesia lo presenta hoy como el gran mensajero que prepara los caminos del Señor. 
Él tuvo la oportunidad de pasar como Mesías. La gente lo creía así e incluso los hombres espirituales del pueblo de Israel le enviaron mensajeros para preguntarle: 
“¿Eres tú el Mesías?” 
Su respuesta fue contundente: Ni el Mesías, ni Elías, ni un profeta. 
Él se presenta simplemente como una voz: 
“Yo soy la voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor”. 
No hay humildad más grande que la de una voz porque necesariamente tiene que limitarse a decir las palabras exactas que le salen de la mente al que habla. 
Y Juan da consejos de conversión a todos. La gente pregunta: ¿qué hacemos? Y él: 
- “Compartan lo que tengan: la túnica, la comida…” 
A los publicanos: 
- “No exijan más de lo establecido”. 
A los militares: 
- “No se aprovechen de nadie y conténtense con la paga…” 
Y ahora nosotros nos preguntamos: 
¿Por qué bautizaba Juan? Y él nos dice: 
“Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”. 
La Iglesia en la liturgia de hoy se llena de alegría pensando en el Mesías redentor: 
Con Sofonías nos dice: 
“Regocíjate, hija de Sión. Grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén”. 
Es la alegría de este tercer domingo. Pero aún hay algo mucho más bello: 
“El Señor está en medio de ti… Él se goza y se complace por ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”. 
Repiensa, amigo: Dios se goza en ti… como en Juan, como en María, y todo lo debemos a Jesús!! 
San Pablo, a su vez, en este tercer domingo de adviento en que la Iglesia resalta la alegría y quiere que todos la vivamos hoy de una manera muy especial, nos pide: 
“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres… El Señor está cerca: Nada os preocupe”. 
Si Dios, Cristo, el Reino; está dentro de nosotros. Por eso repetimos con el versículo aleluyático: 
“El Espíritu del Señor está sobre mí…” 
Gozosos repitamos una vez más con el salmo responsorial: 
“Gritad jubilosos: qué grande es en medio de ti el Santo de Israel. 
El Señor es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré…” 
Sí, entre nosotros y dentro de nosotros está Dios. 
Finalmente, recuerda bien en este domingo: A ti, como a Juan, se te dice que “irás a preparar los caminos del Señor”. Pero ten siempre presente que tú, como el Precursor, debes saber que no eres la luz sino testigo de la luz. 
Que a ti la luz de la fe te viene de Cristo y que es esa fe en Cristo la que tienes que transmitir sin vanidades, con valentía y generosidad. 
Recuerda siempre: ¡Soy testigo gozoso de la luz! 

José Ignacio Alemany Grau, obispo

7 de diciembre de 2012

II Domingo de Adviento, ciclo C

LOS CONSEJOS DE TRES MISIONEROS 

Se acerca la Navidad y la Iglesia nos va preparando para que tomemos, con la debida profundidad, el misterio de la encarnación y no nos quedemos en la superficialidad de nuestra sociedad que vive de espaldas a la fe. 
Con este fin nos presenta tres grandes misioneros que fueron apóstoles de su tiempo. 
El primero es Isaías. 
Se trata del profeta preferido en la liturgia. 
Sabemos que bajo este nombre escriben tres personajes distintos: el primer Isaías (capítulos 1-39); el segundo (del 40-55); y tercero (del 56 al 66). 
El que nos habla hoy es el segundo o deutero Isaías. 
Él consuela a su pueblo y le asegura que vendrá el Señor. 
Con bellísimas palabras pide que preparen el camino al Señor que viene: 
“Preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios… que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor”. 
Pide a continuación que se grite a todos los pueblos: 
“Aquí está vuestro Dios”, y presenta a Dios con poder… trayendo la recompensa… viene también como un dulce pastor “que reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; él mismo cuida a las ovejas que crían”. 
El segundo gran misionero es Pedro, apóstol y mártir, que nos recuerda una vez más “que el día del Señor llegará como ladrón”, pero nos advierte que Dios tiene paciencia por nuestro bien y nos da a todos tiempo para la conversión. 
Una vez más enseña que habrá grandes pruebas en la línea apocalíptica que hemos visto en los últimos días, pero nos advierte que nuestra esperanza consiste en que “esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva”. 
De esta manera Pedro también nos invita a convertirnos antes de que llegue el Señor. 
San Marcos, en el Evangelio, nos habla de que ya se ha cumplido el tiempo que profetizaron los profetas y es el momento para que llegue el Mesías. 
Él nos presenta a Juan Bautista, que es el tercer misionero que hoy nos invita a preparar los caminos del Señor. 
Marcos atribuye a Isaías dos textos que en realidad no es uno sino dos textos de dos profetas distintos. 
El primero es de Malaquías (3,1) que dice: “Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí”. 
Podemos decir que a este mensajero se refiere Isaías cuando dice: “la voz que grita en el desierto”. 
A continuación viene el que es propiamente texto de Isaías (40,6) y en el que leemos: “preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. 
La preparación que pide Juan es la conversión: “predicaba que se convirtieran y se bautizaran para que se les perdonen los pecados”. 
La gente que venía, se encontraba con este gran misionero y modelo de todos los apóstoles, que predicaba la penitencia y era él mismo un gran penitente, “vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. 
La esencia de su proclamación era que el pueblo se preparara a recibir al Mesías “que os bautizará con el Espíritu Santo”. 
De la enseñanza de estos tres misioneros debemos sacar nuestras propias conclusiones. 
Ante todo hacer penitencia, porque viene Jesús a bautizarnos con el Espíritu Santo. Con Él viene la salvación definitiva. 
A su vez el salmo aleluyático nos pide “preparar los caminos del Señor, allanar sus senderos”. 
Por nuestra parte, con el salmo responsorial repetiremos: “muéstranos, Señor, tu misericordia y danos la salvación”. 
Sabemos muy bien que la salvación nos la trae Jesucristo. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo