12 de octubre de 2012

XXVIII domingo del Tiempo ordinario, Ciclo B

PEDRO EL NEGOCIANTE 

Pedro escuchó decir a Jesús que era muy difícil que un rico entre en el Reino de los cielos y pensó cómo podría hacer él un negocio siendo un pobrete. 
Es entonces cuando le hace una interesante pregunta, un tanto indirecta: 
“Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. 
Aquí habría que preguntarle a Pedro, con san Gregorio, qué es lo que había dejado porque, al parecer, la barca que usaba era de su padre y el lago en que pescaba la comidita diaria no era exclusiva de él ni de su familia. 
Pero como Jesús no se deja vencer en generosidad, le dio una generosa respuesta para él y para todos los que le siguieran: 
“Os aseguro que quien deje casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio recibirá ahora en este tiempo cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones y en la edad futura vida eterna”. 
Como en cuestión de negocios, Pedro, buen judío, era bastante optimista, se debió quedar contento con la promesa de Jesús pasando por alto las persecuciones. 
(Más adelante comprenderá esta última parte cuando lo cuelguen de la cruz). 
Bueno. Y ¿a qué viene todo esto? 
San Marcos cuenta hoy que un muchacho de corazón limpio se acercó a Jesús preguntando: 
- “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? 
Jesús les contestó: 
- ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios”. 
Esta frase de Jesús es buena meditación para quienes se tienen por buenos y muy buenos católicos (“yo soy más católico que el Papa”, como dicen algunos). 
Pues bien. Jesús, viendo que el muchacho era noble, le contesta algo muy sencillo: para ser bueno hay que guardar los mandamientos de la Ley. 
El joven le hace ver que desde pequeño los cumplió todos muy bien. 
Esta pincelada que da ahora san Marcos es hermosa y se la deseo a todos mis lectores y a mí mismo: 
“Jesús se le quedó mirando con cariño” o como nos dijo el Papa, citando otra traducción: “Jesús lo miró y lo amó”. 
Y como Jesús cuando ama a alguien lo invita para que esté más cerca de Él, añadió: 
“Una cosa te falta. Anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo y luego sígueme”. 
En ese momento hubo dos grandes desilusiones: la del muchacho que “frunció el ceño y se marchó pesaroso porque era rico” y la de Jesús, que comparte su dolorosa desilusión: 
“Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de los cielos”. 
De esta escena podemos también sacar la conclusión de la carta a los Hebreos que nos recuerda la liturgia: 
“La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo” 
A aquel muchacho le sonó demasiado fuerte la palabra de Jesús y se fue, pero se fue triste porque no tuvo valentía suficiente para dejarlo todo y seguir a Jesús como los demás apóstoles. 
El Señor añadió, según el Evangelio de hoy: “más fácil es a un camello pasar por el ojo de la aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”. 
Por eso el aleluya nos dirá: “dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”. 
Los apóstoles se preocupan y dicen a Jesús: “Y entonces ¿quién puede salvarse?” 
Jesús se les quedó mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”. 
Y la verdad es que en la historia de la Iglesia tenemos grandes santos que fueron muy ricos en bienes de este mundo, pero supieron administrarlos muy bien, compartiéndolos y así se ganaron el Reino de los cielos. 
Por su parte el libro de la Sabiduría nos hace ver dónde está la verdadera felicidad y el tesoro por el que todos debemos suspirar: 
“Invoqué y vino a mi espíritu la sabiduría. La preferí a cetros y tronos y en su comparación tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa porque todo el oro a su lado es un poco de arena… la quise más que la salud y la belleza… con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables”. 
Terminemos pidiendo, con el salmo responsorial, “sácianos de tu misericordia, Señor, y toda nuestra vida será alegría”. 
Aprovechemos el tiempo y hagamos negocio con Dios para la eternidad.