21 de septiembre de 2012

XXV Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B

NO ERA FÁCIL ENTENDER 

El domingo anterior la liturgia nos hacía una pregunta: ¿quién es Jesucristo? 
Hoy nos dice quién es Jesucristo como Redentor. 
Nos enseñaba Benedicto XVI que la respuesta de Pedro no le convenció a Jesús por eso junto a la imagen del Mesías glorioso que todos esperaban colocó la imagen del Redentor que nadie deseaba. 
Y serán muchas las veces en las que Jesús insistirá para conseguir que entiendan que su servicio salvador incluye la humillación. 
Dios sí… como lo reveló el Padre Dios a Pedro. 
Dios sí… como fue glorificado en la transfiguración por el mismo Padre. 
Dios sí… porque sacó el espíritu inmundo a un joven e hizo multitud de milagros con su propio poder. 
Para aclarar todo esto, después de la respuesta de Pedro, el Evangelio añade que Jesús los iba instruyendo y les decía: 
“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”. 
Y ¡claro!, no entendían. No podían entender los apóstoles porque era muy distinta su manera de concebir y esperar al Mesías prometido: 
Por eso, mientras Jesús hablaba de muerte y resurrección ellos “por el camino habían discutido quién era el más importante” en el reino futuro. 
No es fácil imaginar la desilusión del corazón humano de Jesús que hablaba de humildad y humillación hasta la muerte y ellos buscaban cómo conseguir el puesto de primer ministro. 
Esto sigue sucediendo hoy como ayer. Muchos seguidores de Cristo van en pos de honores y riquezas: no han descubierto quién es Jesús. 
Sin embargo, la lección está clara: “Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos”. 
En aquel tiempo los apóstoles, como la mayor parte de los israelitas, leían el Antiguo Testamento pero no se fijaban en las predicciones de los libros santos cuando hablaban de humillación. 
Un ejemplo concreto lo tenemos en el libro de la Sabiduría que predice lo que harían con el justo, en el que está prefigurado Jesús: 
“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada. 
Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. 
Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura… lo condenaremos a muerte ignominiosa…” 
He transcrito este párrafo para que entendamos lo que hicieron con Jesús y lo que seguirán haciendo con sus seguidores. 
En el fondo no son más que unos pobretes que cumplen el Evangelio que desprecian. 
Jesús lo profetizaba en el cenáculo: 
“No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido también a vosotros os perseguirán”. 
¡Y esto se cumple hoy! 
Pero también se cumplen estas otras palabras de Jesús: “vuestra tristeza se convertirá en gozo”. 
Por eso el salmo responsorial nos invita a poner la confianza en Dios: 
“El Señor sostiene mi vida”. 
Terminemos aprovechando una de las recomendaciones que nos hace Santiago: 
“No tenéis, porque no pedís”. 
Pidamos, pues, la valentía para seguir a Jesús, seguros de que “si morimos con Él, reinaremos con Él”. 
“Así será nuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Aleluya”.