21 de junio de 2012

XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B


NUESTRO DIOS ES PODEROSO

A través de las lecturas de hoy la Iglesia nos enseña el poder de Dios y su misericordia infinita.
El libro de Job nos habla del Dios poderoso tan preciosamente y con tanta poesía que no quiero limitarme a transcribir los versículos de la primera lectura de hoy, sino que añado otros del mismo capítulo. Me encanta cómo nos describe el poder el Creador:
“¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales, cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: “Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas?”
(Así es la obra de Dios y toda la naturaleza obedece sus leyes. Sólo el hombre, abusando del don de la libertad que Dios le dio, se rebela contra Él).
Será bueno que las personas que no creen en Dios respondan a las preguntas que el mismo Todopoderoso le hace a Job.
Admiremos la belleza y profundidad de estas otras:

¿Has entrado en los silos de la nieve y observado los graneros del granizo?
¿Por dónde se dispersa el relámpago, por dónde se difunde el viento del este?
¿Tiene padre la lluvia? ¿Quién engendra el rocío?
¿Conoces las leyes del cielo y las haces cumplir en la tierra?
¿Tienes de mensajeros a los rayos que vienen y te dicen: ¡a sus órdenes!?
¿Quién prepara al cuervo su comida?”

En el Evangelio también vemos el poder de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
San Marcos hoy nos cuenta un hecho sorprendente que dejó boquiabiertos a los apóstoles durante una tempestad en el lago:
“Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”.
(¡Se la perdieron los apóstoles! La verdad es que todavía no se fiaban mucho de Jesús, pero para los hombres de fe, hoy y siempre, aferrarse a Cristo, aunque esté dormido, es decir, aunque parezca que no interviene ni soluciona nuestros problemas, eso es fiarse de Él. Eso es creer en la providencia. Eso es progresar en el espíritu).
San Marcos, prosigue:
“Jesús increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio! ¡Cállate!
El viento cesó y vino una gran calma”.
Posiblemente Jesús podía pensar que, habiendo visto tantos milagros sus discípulos, tendrían más confianza en Él. Por eso, los reprende con estas palabras:
“¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”
El resultado fue que ellos quedaron “espantados” ante un prodigio tan grande y su conclusión fue ésta:
“Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”
Ése es Jesús, el predilecto del Padre.
Ése “es un gran profeta que ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”, como dice el versículo aleluyático.
De esta manera vemos al Todopoderoso, encarnado en Cristo, que nos muestra su grandeza y su poder.
Pero todo este poder lo ha puesto el Señor al servicio de la misericordia, por puro amor a sus criaturas.
De aquí que San Pablo nos enseñe que “nos apremia el amor de Cristo… Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos”.
De esta forma la misericordia de Dios en Cristo nos ha hecho “criaturas nuevas”.
El salmo responsorial, consciente de que el Dios tan grande, bueno y poderoso, se ha hecho misericordia, nos invita a repetir:
“Dad gracias al Señor (¡verdadero Señor!) porque es eterna su misericordia… Den gracias al Señor por las maravillas que hace con los hombres”.