8 de marzo de 2012

III Domingo del tiempo de Cuaresma, Ciclo B

DIEZ IMPEDIMENTOS PARA SER FELIZ

Cuando el mundo anda al revés
Muchas personas piensan que las leyes del Señor son un estorbo para encontrar la felicidad en este mundo.
Creen que actuando según su capricho y haciendo todo lo que les gusta serían las personas más felices.
Por supuesto que a éstos les estorban los diez mandamientos de la ley de Dios y lo dicen.
Me imagino cuánto les haría pensar a todos ellos si de repente leyéramos los mandamientos al revés y nos dedicáramos a cumplirlos a la letra.
Bastaría empezar por estos tres o cuatro:
- Maltrata a tu padre y a tu madre.
- Mata al que se te ponga delante y te moleste.
- Peca con las esposas de tus mejores amigos y viola a toda mujer que te guste.
- Roba todo lo que te parezca que será bueno para ti…
Con esto ¿te parece que el mundo sería muy feliz?
¿No es verdad que todos nos quejamos de que hay mucha corrupción (y lamentablemente es cierto)?
Y las cosas concretas de que nos quejamos ¿no son precisamente fruto de asesinatos, violaciones, robos, familias destruidas…?
La verdad es que los diez mandamientos que dejó el Señor a Moisés en el Sinaí y que Jesús explicó y llevó a una perfección mayor en el sermón de la montaña, no son impedimento sino más bien la defensa de la verdadera libertad, de la alegría y de la paz.
Lee la primera lectura de este domingo, profundízala y admira el amor de este Dios bueno que nos pide en los tres primeros mandamientos que sea Él el primero en nuestra vida. Si cumpliéramos estos tres primeros mandamientos, el hacer lo que piden los otros siete nos harían felices a todos.

Una predicación escandalosa
San Pablo predicaba.
Predicaba un evangelio de primera mano. Se lo dio Jesús mismo.
El resumen de su predicación era “Jesucristo muerto y resucitado”.
Predicaba con su vida y no sólo con la Palabra.
Pero se daba cuenta de que su anuncio era un escándalo para los judíos y los gentiles más cultos lo rechazaban como una necedad.
A Pablo no le importaba y seguía predicando:
Ese “Jesús es fuerza de Dios y es sabiduría de Dios”. Él nos salva.
Esto es lo que nosotros debemos proclamar también, si queremos salvarnos y que llegue la salvación a otras personas que no la tienen.
Jesús es el regalo de Dios para el mundo y Él nos trae la vida eterna de parte del Dios bueno que nos amó de una manera incomprensible al entregarnos a su Hijo único.

La casa de mi Padre
Si un día entraras en la casa de tus padres y te encontraras con puertas y ventanas rotas y toda llena de basura, ¿te sentirías muy feliz?
Algo parecido debió sentir Jesús cuando vio que el templo de Dios, lugar del culto en la historia de Israel, estaba lleno de vendedores de toda clase de animales, estiércol de los mismos, cambistas ofreciendo las monedas judías o romanas según el cliente…
Hoy San Juan nos dice que Jesucristo, “haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas.
A los que vendían palomas les explicó:
- Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
Como en todas las cosas, las actitudes frente a Jesús fueron muy diferentes.
Sus discípulos recordaron la Escritura y se admiraron:
“El celo de tu casa me devora”.
En cambio los dirigentes judíos le preguntaron, en plan beligerante, ¿qué signos nos muestras para obrar así?
La liturgia nos va acercando, poco a poco, a la pasión y muerte de Jesús y en el Evangelio de este día se nos da ya un dato sobre una de las acusaciones que le harán:
En efecto, Jesús, hablando de su propio cuerpo, dijo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”.
La respuesta, tergiversando las palabras del Señor, no se hizo esperar:
“Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
El tiempo aclaró las cosas.
El Sanedrín encontró en este acto motivo para condenarlo y los apóstoles encontraron fortaleza en su fe porque “cuando resucitó de entre los muertos se acordaron de lo que había dicho y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús”.
Si amamos la casa de Dios donde escuchamos la explicación de sus leyes entenderemos mejor el salmo de hoy que nos dice: “la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo