29 de marzo de 2012

Domingo de Ramos, Ciclo B

¿QUÉ PASÓ EL DOMINGO DE RAMOS?

El Evangelio de San Mateo nos presenta a Jesús “subiendo a Jerusalén”.
La subida es larga desde Galilea, que está a doscientos metros bajo el nivel del mar, hasta Jerusalén que está a setecientos sesenta metros sobre el mismo. Casi mil metros de diferencia.
El grupo que acompaña a Jesús irá creciendo, sobre todo desde Jericó, donde devolvió la vista a Bartimeo, hasta la entrada en Jerusalén.
Esta entrada está llena de detalles simbólicos y bíblicos relacionados con el Mesías esperado.
En primer lugar Jesús pide a sus discípulos que traigan un borrico, derecho de pedir “cualquier movilidad” que pertenecía al rey en la antigüedad. Por otra parte, el detalle que sea un “borrico no montado todavía”, también era un derecho real. Según San Lucas “le ayudaron a montar” que es otra expresión de realeza, como cuando el rey David mandó al sacerdote Zadoc “… montad a mi hijo Salomón sobre mi propia mula…”
La gente que viene acompañando al Señor se llena de entusiasmo y echa los mantos al suelo para que Jesús pase sobre ellos. Esto también tiene un sentido de realeza en la casa de Israel.
Finalmente, Jesús llega al monte de los Olivos desde Betgafé y Betania, es decir, por donde Israel  esperaba la entrada del Mesías.
Después cortan palmas y ramas de los olivo y gritan palabras del salmo 118: “Hossana, bendito el que viene en nombre del Señor…”
Es bueno recordar que la palabra “Hossana” originalmente significa “sálvanos”, “ayúdanos”. Pero más tarde, al repetirse en momentos de fiesta y alegría especial, la súplica se convirtió en una exclamación de júbilo. En este sentido lo repetimos en la Misa antes de la consagración.
Cuando esta procesión improvisada entra en Jerusalén, es la multitud de la ciudad la que se pregunta “alborotada: ¿y quién es éste?”. A lo que respondían los que acompañaban al Señor: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”.
De aquí se deduce algo importante: los que gritaron ¡muera, crucifícalo!, el Viernes Santo, fueron distintos de los que lo aclamaron el Domingo de Ramos.
Este comentario fundamentalmente lo he tomado del libro “Jesús de Nazaret” de Benedicto XVI.
Ahora podrías preguntarte a ti mismo ¿por qué tengo un ramo de olivo o una palma entre las manos?
La respuesta la puedes meditar tú mismo.
Después de estos momentos de aclamación que suelen hacerse fuera del templo, la liturgia de este domingo lleva a los fieles a la Santa Misa. En ella meditaremos la Pasión de Jesucristo en las lecturas y las viviremos en la Eucaristía.
De esta manera revivimos también lo que refiere San Mateo, que mientras subían a Jerusalén, Jesús les predijo su pasión y muerte, completándolo con la profecía de su propia resurrección.
La primera lectura de hoy nos invita a estar atentos para contemplar a Jesucristo golpeado, insultado, soportando todo tipo de ultrajes.
El salmo responsorial recuerda a Cristo sufriente y maltratado que, además, siente el abandono de Dios: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”
La carta de San Pablo a los Filipenses nos presenta, una vez más, la humillación del Verbo que asume naturaleza humana y se somete a la muerte de cruz. Pero el Padre Dios lo glorificará.
En el ciclo B el evangelista que nos narra la pasión de Jesús es San Marcos.
Con esta lectura la liturgia nos abre las ventanas a la Semana Santa en la que seguiremos, paso a paso, la pasión y muerte de Jesucristo y las terribles humillaciones que tuvo que soportar para salvarnos.
Posiblemente muchas personas hoy encuentran una difícil mezcla de sentimientos de todo tipo en la liturgia dominical del Domingo de Ramos.
Pienso que es esto lo que pretende la Iglesia: ayudarnos a repensar la entrega total de Jesús. Pero teniendo en cuenta que, en medio de tantas humillaciones y contrastes, debe quedar claro el valor redentor de todo esto: “Jesucristo, siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma al morir, destruyó nuestra culpa, y al resucitar fuimos justificados”.
Estas palabras son del prefacio y, como nunca podemos hablar de Jesucristo como si todo terminara en la muerte, decimos con la oración colecta de este día: “del mismo modo que la muerte de tu Hijo nos ha hecho esperar lo que nuestra fe nos promete, que su resurrección nos alcance la plena posesión de lo que anhelamos”.
FELIZ SEMANA SANTA PARA TODOS.

23 de marzo de 2012

V DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B


EL PODER DE UN GRANO

Un hombre tenía hambre.
Su vecino le regaló un puñado de trigo.
Pensó: ¡Los cocino y me los como!
Pero tenía una chacra sin sembrar y pensó que si mortificaba un poco y trabajaba, en vez de un puñado cosecharía un costalillo.
Cuando lo cosechó pensó: ¿Y si los vuelvo a sembrar en vez de comerlos?
Repitió la experiencia varias veces y a los cinco años alquiló el campo del vecino para sembrar más...
¡No hagas caso! ¡Es un cuento!
El Evangelio de hoy es impresionante.
Jesús era Dios y podía seguir viviendo y haciendo milagros y ganando fama y ser un rey más poderoso que todos los que tuvo y soñó Israel.
Pero pensó: Si no me siembro me quedaré solo.
No servirá mi vida para estos pobres hombres que necesitan que “uno se sacrifique por todos”, según el plan del Padre.
Y no sólo lo pensó, sino que lo dijo en voz alta como para comprometerse más ante la multitud de extranjeros que habían venido a la fiesta, incluidos los griegos que venían preguntando por Él:
“Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto”.
Y luego invitó a todos los que quieran seguirle para que lo imiten y hagan lo mismo y la siembra se multiplique en todos los campos.
(¡Es importante pensarlo!)
Para cosechar hay que imitar a Jesús, dar la vida como Él y seguirlo hasta gozar la recompensa del Padre.
No fue fácil para Jesús aceptar el “entierro” en un surco, en plena juventud.
Su alma se estremeció hasta el punto que muchos autores enseñan que ese momento de la vida da Jesús corresponde a una forma concreta que empleó San Juan para narrar la oración del huerto, la agonía, de que hablan los sinópticos (agonía significa lucha).
Jesús se estremeció:
“Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”.
Y el Padre corresponde y lo fortalece:
“Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.
Cuando Jesús se siembre en el Calvario, toda la humanidad se volcará en Él…
¡Y el trigo se multiplicó!
Y se hizo Eucaristía y todos lo comemos, porque todos tenemos hambre de Dios…
Ese Dios cercano que es Jesús Eucaristía.
La Carta a los Hebreos nos recuerda también cuánto le costó a Jesús dar la vida:
“Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado.
Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer”.
Así, y gracias a su entrega, Jesucristo se ha convertido para todos en autor de nuestra salvación.
Toda esta novedad es la que anunció el profeta Jeremías en la primera lectura de hoy.
Cristo con su muerte y su sangre entregada, iniciará una “Nueva Alianza que traerá la felicidad definitiva para todos y que cada día recordamos en el momento de la consagración del vino.
Después de meditar tanta entrega y tanto don, por parte de Jesús nos sale de lo más íntimo de nuestro ser el salmo responsorial de hoy:
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme… devuélveme la alegría de su salvación”.

15 de marzo de 2012

Cuarto Domingo de Cuaresma, Ciclo B

“Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti”.
Este estribillo que repetiremos durante el salmo responsorial, refleja el amor grande del pueblo de Dios a su templo y a su Señor.
En realidad el pueblo de Israel, como todos nuestros pueblos, tenía siempre el mismo problema: Fidelidad de Dios por un lado e infidelidad y arrepentimiento por parte del pueblo escogido.
Las lecturas de hoy nos permiten asomarnos a esa fuente de misericordia que es el corazón de Dios. Así se ha manifestado en distintas oportunidades.
Precisamente cuando Dios se define a sí mismo en el encuentro místico entre Moisés y él, dice que es “clemente y rico en misericordia”.
Esta misericordia y bondad aparecen cuando menos lo pensamos.
Testigo de ello es el relato que hoy nos hace el segundo libro de las Crónicas.
Personalmente siempre me preguntaba ¿y cómo se arregló Dios para hacer que los desterrados de Babilonia volvieran otra vez a la tierra prometida?
Pues sí, cuando menos se lo esperaban, resulta que el nuevo rey de Persia, Ciro, cumplió la profecía de Jeremías de una manera inconciente.
En efecto, leemos, “movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino:
“Así habla Ciro el rey de Persia: “El Señor, el rey de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de vosotros pertenezca a su pueblo sea Dios con él y suba”.
¿No les parece que esto fue tan inesperado como maravilloso?
A partir de ese momento los judíos que quisieron regresaron a su tierra y reconstruyeron el templo y ciudad de Jerusalén.
Otra gran prueba de la misericordia de Dios con nosotros nos la da San Pablo que escribe a los Efesios estas palabras dignas de meditación:
“Dios rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por el pecado, nos ha hecho vivir con Cristo, nos ha resucitado con Él…
Pero hay un paréntesis importante porque añade San Pablo: “por pura gracia, por puro regalo, estáis salvados”.
A veces no lo pensamos pero una de las gracias más grandes, posiblemente la mayor que Dios nos ha hecho, es que siendo pecadores y estando en el pecado, Jesús dio la vida para salvarnos.
No mereceremos nunca la salvación. Es pura gracia.
Por su parte San Juan nos lleva a una noche serena de Jerusalén y nos imaginamos a Jesús y al anciano Nicodemo sentados y contemplando, a la luz de la luna, la ciudad de Jerusalén.
Ese tímido seguidor de Cristo, fariseo que temía a sus compañeros, es testigo de la gran manifestación de amor que ha tenido Dios con la humanidad.
Meditemos hoy con mucha atención y gratitud:
“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”.
Ese es el regalo de Dios: su propio Hijo.
Él no se encarnó ni entró en este mundo para condenar a nadie. Él vino a ofrecer la salvación a todos.
Es cierto que, a pesar de todo, hay y habrá hombres que prefieren las tinieblas a la luz porque sus obras son malas. Pero nunca podrán decir que Dios los condenó por falta de misericordia.
El juicio de Dios está claro y tenemos que tenerlo muy presente:
“La luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz.
En cambio otros que realizan la verdad se acercan con toda seguridad a la luz, que es Cristo, para que todos vean que sus obras están hechas según Dios”.
Recuerda siempre, amigo, estas preciosas palabras más o menos literales de San Pablo:
“Tú eres obra de Dios. Él te ha creado en Cristo Jesús para que te dediques a hacer las obras buenas que Él mismo nos ha pedido”.
Entonces serás feliz y cantarás eternamente las misericordias del Señor.

8 de marzo de 2012

III Domingo del tiempo de Cuaresma, Ciclo B

DIEZ IMPEDIMENTOS PARA SER FELIZ

Cuando el mundo anda al revés
Muchas personas piensan que las leyes del Señor son un estorbo para encontrar la felicidad en este mundo.
Creen que actuando según su capricho y haciendo todo lo que les gusta serían las personas más felices.
Por supuesto que a éstos les estorban los diez mandamientos de la ley de Dios y lo dicen.
Me imagino cuánto les haría pensar a todos ellos si de repente leyéramos los mandamientos al revés y nos dedicáramos a cumplirlos a la letra.
Bastaría empezar por estos tres o cuatro:
- Maltrata a tu padre y a tu madre.
- Mata al que se te ponga delante y te moleste.
- Peca con las esposas de tus mejores amigos y viola a toda mujer que te guste.
- Roba todo lo que te parezca que será bueno para ti…
Con esto ¿te parece que el mundo sería muy feliz?
¿No es verdad que todos nos quejamos de que hay mucha corrupción (y lamentablemente es cierto)?
Y las cosas concretas de que nos quejamos ¿no son precisamente fruto de asesinatos, violaciones, robos, familias destruidas…?
La verdad es que los diez mandamientos que dejó el Señor a Moisés en el Sinaí y que Jesús explicó y llevó a una perfección mayor en el sermón de la montaña, no son impedimento sino más bien la defensa de la verdadera libertad, de la alegría y de la paz.
Lee la primera lectura de este domingo, profundízala y admira el amor de este Dios bueno que nos pide en los tres primeros mandamientos que sea Él el primero en nuestra vida. Si cumpliéramos estos tres primeros mandamientos, el hacer lo que piden los otros siete nos harían felices a todos.

Una predicación escandalosa
San Pablo predicaba.
Predicaba un evangelio de primera mano. Se lo dio Jesús mismo.
El resumen de su predicación era “Jesucristo muerto y resucitado”.
Predicaba con su vida y no sólo con la Palabra.
Pero se daba cuenta de que su anuncio era un escándalo para los judíos y los gentiles más cultos lo rechazaban como una necedad.
A Pablo no le importaba y seguía predicando:
Ese “Jesús es fuerza de Dios y es sabiduría de Dios”. Él nos salva.
Esto es lo que nosotros debemos proclamar también, si queremos salvarnos y que llegue la salvación a otras personas que no la tienen.
Jesús es el regalo de Dios para el mundo y Él nos trae la vida eterna de parte del Dios bueno que nos amó de una manera incomprensible al entregarnos a su Hijo único.

La casa de mi Padre
Si un día entraras en la casa de tus padres y te encontraras con puertas y ventanas rotas y toda llena de basura, ¿te sentirías muy feliz?
Algo parecido debió sentir Jesús cuando vio que el templo de Dios, lugar del culto en la historia de Israel, estaba lleno de vendedores de toda clase de animales, estiércol de los mismos, cambistas ofreciendo las monedas judías o romanas según el cliente…
Hoy San Juan nos dice que Jesucristo, “haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas.
A los que vendían palomas les explicó:
- Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
Como en todas las cosas, las actitudes frente a Jesús fueron muy diferentes.
Sus discípulos recordaron la Escritura y se admiraron:
“El celo de tu casa me devora”.
En cambio los dirigentes judíos le preguntaron, en plan beligerante, ¿qué signos nos muestras para obrar así?
La liturgia nos va acercando, poco a poco, a la pasión y muerte de Jesús y en el Evangelio de este día se nos da ya un dato sobre una de las acusaciones que le harán:
En efecto, Jesús, hablando de su propio cuerpo, dijo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”.
La respuesta, tergiversando las palabras del Señor, no se hizo esperar:
“Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
El tiempo aclaró las cosas.
El Sanedrín encontró en este acto motivo para condenarlo y los apóstoles encontraron fortaleza en su fe porque “cuando resucitó de entre los muertos se acordaron de lo que había dicho y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús”.
Si amamos la casa de Dios donde escuchamos la explicación de sus leyes entenderemos mejor el salmo de hoy que nos dice: “la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

1 de marzo de 2012

II Domingo de Cuaresma, Ciclo B

LA CRUZ ANTES DE LA GLORIFICACIÓN

Este domingo nos enseña que la meta del cristianismo es ciertamente la glorificación con Cristo. Pero antes hay que pasar por el sacrifico y la cruz como Él.
Meditemos dos momentos importantes de las lecturas bíblicas de hoy.
Abraham es el hombre amado de Dios y “nuestro padre en la fe”.
Dios lo invitó a formar un gran pueblo.
La promesa le llegó cuando tenía setenta y cinco años, pero se fió de Dios.
Dejó su patria y su clan familiar y se fue rumbo a lo desconocido con su esposa, un sobrino, sus pastores y ganados.
Después de veinticinco años de promesas y más promesas, Dios le da el hijo prometido tantas veces. Ese era el hijo de la esperanza.
Pero llegó un día crucial. Dios llama a Abraham. La respuesta del patriarca es la palabra bíblica de la disponibilidad total que asumieron los grandes santos:
“Aquí estoy”.
Abraham comprende que Dios le pide que sacrifique su hijo.
Se pone en camino hacia el monte Moria.
En el corazón del anciano pelean dos amores. El amor al hijo y su futura descendencia, por un lado, y el amor de Dios por otro.
Pero ya entonces Abraham había llegado a la perfección de la fe. Prefirió a Dios y se dispuso a sacrificar a su hijo y allá van, cuesta arriba padre e hijo.
Este lleva la leña y el padre el cuchillo.
La tradición cristiana acostumbra ver en el pequeño Isaac a Jesucristo subiendo al monte Calvario y en Abraham al Padre Dios que “amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo único”.
Cuando Abraham completa su sacrificio, alzando la mano para victimar a su hijo, la voz de Dios se lo impide. Es suficiente.
Abraham creyó en Dios y se fió de Él y Dios bendijo al anciano y una vez más resonó la gran promesa:
“Juro por mí mismo (Dios no puede jurar por otro más que por sí mismo, porque no hay nadie mayor que Él): por haber hecho esto, por no haberte reservado a tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa…”.
El Evangelio nos presenta la glorificación de Jesucristo en la transfiguración. Es un regalo para los predilectos Pedro, Santiago y Juan.
“Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador”… y al evangelista le faltan palabras para describir la escena.
Además se aparecen Elías y Moisés, representantes de los profetas y la ley junto a Jesús, para dar más importancia al momento.
Más aún, la voz del Padre habla mientras el Espíritu Santo cubre la escena, bajo la imagen de una nube: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo”.
Es un milagro portentoso que dejó desconcertados a los tres y no sabían qué decir.
Pedro, el espontáneo, exclamó:
“Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas. Una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Todo esto fue pasajero. Era como un adelanto para fortalecer la fe de sus apóstoles.
La realidad la manifiesta Jesús mismo con estas palabras:
“No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.
También aquí está claro que primero tiene que ser la crucifixión, la muerte y la difamación. Y sólo después llegará la glorificación del Padre resucitando a Jesús y glorificándolo definitivamente con una descendencia mucho mayor que la que Dios prometió a Abraham.
Las promesas de Jesús se harán realidad también en nosotros si somos capaces de llevar adelante los sacrificios que se presentan en esta vida.
Entonces la glorificación de Jesús será también nuestra glorificación resucitando con Él.
Mientras tanto repitamos con el salmo: “caminaré en presencia del Señor”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo