22 de diciembre de 2011

NACIMIENTO DE JESUCRISTO

VER A DIOS CON LOS OJOS DE CRISTO

Hace unos días, viajando en el avión, me preguntaba por qué operarme de cataratas si veía muy bien.
Tapaba un ojo, veía; tapaba el otro, también. Con un ojo más que con el otro, pero veía bien.
Obedeciendo al oftalmólogo me sometí a la operación. Mediante el ultrasonido me cambiaron los dos cristalinos.
Y cuando regresaba al Perú no podía sino agradecer al Señor por el gran regalo que me había hecho.
Mucha más claridad, más detalles. Cosas que, quizá de pequeño vi más nítidamente pero que, poco a poco, se fueron difuminando.
Si el mundo me parecía bello, ahora lo veo mucho más hermoso.
Quizá alguno se pregunte a qué viene esto.
Pues la aplicación es muy simple.
La humanidad sentía muy lejano a Dios.
El pueblo de Israel en concreto, había recibido distintas bendiciones del Señor como pueblo privilegiado.
Pero no se atrevía ni a pronunciar su nombre.
Un buen día Dios se metió entre los hombres. Su encarnación fue como un nuevo cristalino para que quienes  quieran puedan descubrir un mundo inmensamente más bello que este mundo hermoso que ven nuestros ojos humanos.
Nos faltaba la visión de Dios.
Con Cristo todo se ha hecho nuevo y hasta podemos llamar papá a aquel Dios lejano, porque ahora sí lo conocemos como es, a través del rostro humano de Cristo.
Hoy es el día de Navidad.
La Iglesia quiere ayudarnos para que podamos ver al Padre a través de los ojos de Cristo.
En Él y por Él la humanidad descubre la Divinidad.
Este el motivo más grande para estar felices en la Navidad de este año y de siempre.
Este es el verdadero motivo que tenemos todos para abrazarnos y regalarnos, según nuestras costumbres cristianas.
Recordemos ahora las enseñanzas de la liturgia.
La fiesta de Navidad en el misal tiene tres esquemas distintos y cada sacerdote puede celebrar tres veces la Santa Misa.
En medio de la alegría de los textos bíblicos y oraciones se resalta lógicamente el nacimiento de Jesucristo.
El capítulo segundo de San Lucas y el primero de San Juan nos presentan el nacimiento de Jesucristo de dos formas totalmente distintas pero en el fondo aparece el único misterio:
“En la ciudad de David hoy les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lucas).
“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan).
De hecho hay mucho que meditar y en cierto sentido poca novedad.
Hay poca novedad porque los dos párrafos que nos cuentan el nacimiento son los más conocidos por los católicos de todo el mundo.
Y hay mucho que meditar porque ahí empieza para nosotros el misterio de salvación del que depende nuestra alegría temporal y nuestra felicidad eterna.
Lucas nos recuerda cómo en plena noche los pastores reciben el anuncio gozoso de los ángeles.
Ellos en su sencillez son los primeros que se enteran de que el Mesías es “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
El cielo entero de los ángeles canta gozoso en plena noche: “¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor!”
La reacción de los pastores es la reacción de los de corazón sencillo de siempre:
“Vamos a Belén y veamos este acontecimiento que el Señor nos ha anunciado”.
Fueron estos hombres rudos y sencillos los primeros en descubrir al Salvador del mundo.
Por su parte San Juan, de una manera más profunda y teológica, nos habla de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad  poderosa y maravillosa como el Padre y el Espíritu Santo.
Y al decirnos que el Verbo se hizo carne nos invita a agradecer y a meditar:
El Hijo de Dios asume un cuerpo y alma humanos y sin dejar de ser Dios comienza a ser un hombre verdadero que “acampa entre nosotros” como un hombre más, como el “hijo del carpintero”.
Ahora todo depende de cómo aprovechamos este tesoro que nos ha dado Dios.
Siguiendo la comparación, siempre hay personas que creen que ven bastante y no quieren aprovechar ese cristalino con el que Jesús quiere iluminarnos para que podamos ver más allá del techo de nuestras casas.
En cambio otros muchos, entre los cuales sin duda estamos nosotros, nos sentimos felices hoy aprovechando la gracia divina que ilumina nuestra vida y gozosos repetimos con la liturgia:
“Hoy ha brillado una luz sobre nosotros porque nos ha nacido el Señor”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo