27 de octubre de 2011

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


Reflexión dominical 30.10.11

APRENDIENDO DE JESÚS MAESTRO

La lección de este domingo es muy fuerte y para todos.
Podemos decir que tiene tres partes bien definidas.
En la primera y tercera se nos presenta al mal evangelizador que se aprovecha del pueblo para su propio enriquecimiento y para trepar en la escala social.
En la del medio veremos la entrega generosa de San Pablo, modelo del verdadero apóstol.
La mejor forma de aprovechar la lección de hoy no será que dediquemos cada una de las palabras bíblicas a personas concretas (sacerdotes, evangelizadores, laicos comprometidos) sino que nos lo apliquemos a nosotros mismos y que elevemos una oración (como lo hace la liturgia de hoy) para pedir al Señor que todos aprendamos a “caminar sin tropiezos hacia los bienes que Él nos promete más allá del tiempo”.
Es decir que mientras evangelizamos nos santifiquemos.
Como nos dirá la liturgia, que sepamos vivir en la profunda humildad del corazón sencillo.
Es el salmo 130 que repetiremos después de la lectura. Un salmo corto y precioso:
“Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre”.
La respuesta al salmo responsorial nos muestra la actitud del alma sencilla que se fía plenamente del Padre Dios.
“Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor”.
Este salmo evoca la actitud del pequeñuelo en brazos de su madre para que lo imitemos confiando en el Señor, que es a un tiempo nuestro Padre y Madre amoroso.
Veamos ahora las tres escenas bíblicas.
Malaquías presenta, con palabras similares a estas, la mala vida de muchos sacerdotes: Ustedes se apartan del camino y hacen pecar contra la ley a muchas personas. Han quitado importancia a mi alianza, por eso los haré despreciables y viles ante el pueblo, porque no han guardado mis caminos y hacen acepción de personas al aplicar la ley.
El Señor reprende este modo de vivir con estas preguntas:
¿No tenemos todos un solo Padre? ¿No nos creó el mismo Dios?...
Si no obedecen y no se proponen dar gloria a mi nombre les enviaré mi maldición.
Semejante a estas ideas del profeta Malaquías, son las fuertes expresiones que emplea Jesús en el capítulo 23 de San Mateo.
Él habla de los fariseos y escribas que son los orientadores espirituales de su pueblo. No puede aceptar su forma de vivir y enseñar, porque su vida está muy lejos de sus enseñanzas.
Comienza con lo más duro que se puede decir de unas personas, aconsejando así a quienes las escuchan: hagan y cumplan lo que dicen, pero no los imiten, porque ellos son los primeros en no cumplirlo.
Jesús los describe con palabras similares a éstas:
Echan cargas insoportables a los hombros de la gente, pero ellos ni mueven un dedo para ayudar. Hacen todo para que los vea y alabe la gente.
Buscan los primeros puestos en los banquetes y en la sinagoga. Quieren que la gente les haga reverencias, etc.
Ante esas actitudes de los responsables espirituales, Jesús advierte que sólo hay un Maestro que es Cristo mismo. Sólo hay un Padre de todos, el del cielo. Y que, si quieren de verdad ser maestros en su Reino, tienen que empezar por servir a los demás y ser humildes porque “el que se enaltece será humillado y el que se humilla seré enaltecido”.
Frente a todas estas personas que desorientan al pueblo de Dios, la liturgia presenta a San Pablo que abre su corazón a los tesalonicenses para decirles que él los trató siempre con la delicadeza con que una madre cuida a sus hijos.
Que era tan grande el cariño que sentía hacia sus evangelizados que deseaba entregarles no sólo el Evangelio de Dios sino hasta su propia vida porque, en realidad, le habían robado su amor.
Incluso llega al detalle de decir que para evitar esfuerzos y fatigas a los demás, trabajaba para no ser gravoso a nadie y predicar el Evangelio con más libertad.
Así como los anteriores maestros no debieron sacar fruto de su labor, Pablo sí y da por ello gracias a Dios, viendo el fruto de la predicación, porque quienes le escuchaban “acogían la Palabra de Dios que actúa en ellos”.
Si quieres que tu vida de fe sea fecunda, sé muy humilde.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

21 de octubre de 2011

XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

Reflexión dominical 23.10.11

EL PRIMER MANDAMIENTO

Muchas veces los católicos pensamos “ya me sé los mandamientos”, “ya me sé las cosas de Dios”. Y creemos que hasta podemos hablar a otros de las cosas de la fe, porque cuando éramos pequeños aprendimos algo del catecismo... así nuestra vida de fe es muy pobre.
Los israelitas tenían, y siguen teniendo, la costumbre de repetir el “shemá”, llevarlo en la frente y colocarlo en unas tablitas en las puertas de las casas y en las habitaciones de los hoteles, etc.
Pues bien, este domingo la Iglesia nos recuerda el primer mandamiento para que siempre lo tengamos presente, lo sepamos y lo vivamos.
Al ver los fariseos cómo Jesús “había hecho callar a los saduceos” fueron hasta Él para ponerlo a prueba de nuevo con otra pregunta:
“Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la ley?
Jesús no responde con el Éxodo, que el capítulo 20 nos pone los 10 mandamientos sino que da la cita tan conocida del Deuteronomio 6,4; que es lo que se llama el “shemá”:
“Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”.
Precisamente la palabra “shemá” significa “escucha” y de él hablan las Escrituras con frecuencia.
Pero no se queda ahí Jesús si no que añade, inmediatamente: “éste es el principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Una respuesta perfecta a la que no pudieron añadir más los preguntones fariseos.
La liturgia de este domingo nos presenta en las otras lecturas ambos mandamientos tan importantes.
La lectura del Éxodo hace la aplicación al amor del prójimo y nos dice cosas muy concretas para hoy. Será bueno de nosotros veamos dónde flaqueamos al leer esta lista:
- No oprimir al forastero.
- No explotar a las viudas ni a los huérfanos porque si los explotas y ellos gritan a mí yo los escucharé.
- Si prestas dinero no serás usurero con él cargándole intereses.
- Si tomas en prenda el manto de tu prójimo se lo devolverás antes de ponerse el sol porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo… si grita a mí yo le escucharé porque yo soy compasivo…
Porque también en nuestro tiempo se oprime a los más débiles; se explota con salarios ridículos obligando a trabajar más de ocho horas al día; se presta el dinero con usura. Esto es mucho más frecuente de lo que puede parecer. Así, aparentando simplicidad, personas que cobran el 20% (¡al mes!) preguntan ¿y acaso es demasiado? Evidente que sí lo es.
En cuanto a la primera parte de la respuesta de Jesús que constituye propiamente el “shemá” tenemos como respuesta tanto el salmo responsorial como la carta de Pablo a los tesalonicenses.
El salmo 17, en los versículos escogidos por la liturgia, es una belleza. Te invito a leer meditando estas alabanzas o “piropos” que el salmista emplea dirigiéndose a Dios.
Léelos, rézalos, medítalos.
“Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza… viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador…”
A veces decimos que no sabemos cómo alabar a Dios.
Repetir estas palabras lentamente será una bellísima oración de alabanza.
Por su parte San Pablo felicita a los Tesalonicenses porque su fe en el Dios verdadero ha corrido de boca en boca y ahora todos saben cómo actuaron cuando se les predicó el Evangelio:
“Cómo abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro”.
De esta manera, según San Pablo, los Tesalonicenses acogieron la Palabra y pusieron al Señor por encima de todo, en medio de la lucha que tuvieron que soportar pero siempre “con la alegría del Espíritu Santo”.
Por su parte el salmo aleluyático nos recuerda la presencia de Dios en el corazón del que cumple sus mandamientos:
“El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él”.
Cuando celebres la Eucaristía hoy, lejos de pensar “lo que hoy me enseña la Iglesia ya me lo sé desde pequeñito”, reflexiona más bien y haz un sincero examen de conciencia para ver cómo vas cumpliendo el mandamiento más importante:
“Primero amar a Dios y segundo amar al prójimo”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

13 de octubre de 2011

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

Reflexión dominical 16.10.11

YO SOY EL SEÑOR Y NO HAY OTRO

En este domingo te invito a reflexionar a base de pequeños puntos tomados de la liturgia de este domingo.
Es una manera de sacar provecho de las lecturas que nos presenta la Santa Madre Iglesia para nuestro crecimiento espiritual:

* En la vida espiritual es preciso practicar las virtudes teologales. Son ellas las que realizan la unión íntima entre la criatura y el Creador. Por eso San Pablo quiere que tengamos activa nuestra fe, haciendo frecuentes actos de fe en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado tal como lo presenta la Iglesia de Jesús.
Además vivir en un esfuerzo continuo por amar. La gran virtud que nos une con Dios y con los hermanos y que es el primero de todos los mandamientos.
Y en tercer lugar nos pide el apóstol una esperanza que soporte todo por Jesucristo que ha de ser siempre nuestro verdadero y único Señor.
Esta es una triple actitud que el apóstol San Pablo alaba en la vida de los tesalonicenses.
¿Podría alabarte hoy a ti porque vives también esta intimidad con Dios?

* Un grupo de fariseos y herodianos ponen una pregunta capciosa a Jesucristo.
- “¿Es lícito pagar el tributo al César o no?”
Me imagino que Santo Tomás, al definir la justicia, debió tener presente la respuesta que Jesús dio a estos hombres astutos: “a cada uno hay que darle lo suyo”.
El Señor pide una moneda y pregunta ¿de quién es este rostro y esta inscripción?
Cuando le contestan que es del César, Él dice:
“Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Seguramente que aquellos hombres quedaron desconcertados. No esperaban ni mucho menos una respuesta así y con ella una lección de moral.
La sociedad tiene sus derechos y sus jefes deber ser respetados.
Pero Dios también.
Hay que cumplir las leyes humanas y las leyes divinas.
Claro que con una condición: cuando las leyes humanas van en contra de la ley divina no se pueden obedecer. Precisamente de ahí surgieron tantos mártires a través de los siglos.
Recordamos cómo el emperador se arrogaba derechos divinos pidiendo que el pueblo lo adorara. Eso va contra el primero de los mandamientos y no se puede obedecer.
Hoy, por ejemplo, la ley del aborto va contra el quinto mandamiento y no se puede obedecer.

* Entonces como hoy, hay gente astuta dispuesta a comprometer a los sencillos hablándoles con adulaciones, alabanzas y con palabras bonitas y falsas. Uno se siente halagado y cae en la trampa quedando predispuesto para dar un sí a cualquier cosa que esa “gente amable” les proponga.
El Evangelio de hoy nos enseña a ser despiertos y valientes. Despiertos para no caer en el engaño y valientes para no temer que se burlen o nos rechacen cuando sabemos que estamos en la verdad.

* Otra enseñanza de San Pablo: hay que proclamar el Evangelio sin la palabrería que se lleva el viento. Es preciso proclamarlo bajo el impulsado del Espíritu Santo y al mismo tiempo con una convicción profunda.
Sabemos bien que a nadie convencen las palabras vacías. En cambio la vivencia y el ejemplo arrastran a todos.

* Siempre y en todas partes debemos tener presente que Dios es el único Señor y que no hay otro ni en el cielo ni en la tierra.
Hablando a Ciro, que es presentado en la Biblia como un ungido del Señor aunque no pertenece al pueblo de Israel, el Señor le dice: “te llamé por tu nombre y te di un título, aunque no me conocías”.
Este rey que debió ser muy recto y amado del Señor dio la libertad al pueblo de Israel desterrado.
Por dos veces en el libro de Isaías se le dice: “Yo soy el Señor y no hay otro. Fuera de mí no hay Dios... Te pongo la insignia aunque no me conoces para que sepan de oriente a occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro”.

* A este Señor es al que tenemos que tener presente toda nuestra vida como a nuestro único Dios. Él merece toda alabanza, según repite el salmo 95:
“Cantad al Señor un cántico nuevo. Cantad al Señor toda la tierra. Contad a los pueblos su gloria… Porque es grande el Señor y muy digno de alabanza. Postraos ante el Señor en el atrio sagrado… decid a los pueblos: el Señor es rey, Él gobierna a los pueblos rectamente”.

* Finalmente, no debemos olvidar que, a semejanza de los filipenses, cada uno de nosotros debemos vivir como “lumbreras en el mundo” para que, por medio de nosotros, los hombres lleguen a Dios.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

6 de octubre de 2011

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

Reflexión dominical 09.10.11

¿YA TIENES EL VESTIDO DE BODAS?

El mensaje de hoy es muy interesante.
Jesús habla a los sacerdotes y ancianos del pueblo y les propone otra parábola para que vayan entendiendo qué es el Reino de los cielos:
Un rey celebró la boda de su hijo y mandó a sus criados para que llamaran a los invitados.
Estos se excusan y no van, incluso algunos abusan, maltratando a los enviados del rey y hasta matándolos.
El rey se molesta porque no sólo no aceptan ir a la boda sino que maltratan a sus emisarios y acaba con todos aquellos asesinos quemando su ciudad. Luego dice a sus criados:
“Como la boda está preparada y no han venido los que se la merecían, traigan a todos los que encuentren por los caminos”.
Así lo hacen y se llena el salón de fiesta.
El señor entra en el banquete. Lo ve todo hermoso. Los invitados, cojos, tuertos, enfermos, y demás pobretes, van bien vestidos como corresponde a la fiesta del matrimonio del hijo de su rey.
Sin embargo hay uno que no lleva “el traje de fiesta”.
El rey siente la falta de respeto y le pregunta:
“Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?”
El “mal-vestido” no tiene excusa y se calla.
Está claro. No se trata de que fueran pobres… Aquí todo es regalo:
El banquete lo regala Dios.
El vestido de la gracia también es regalo suyo.
El problema está en que hay muchos que no quieren purificarse, no quieren cambiar de vida… no quieren convertirse de verdad y piensan que podrán entrar en el banquete de Dios vestidos de pecado.
Este es el tema de la parábola de este domingo y la enseñanza es que Dios tiene un banquete maravilloso para quienes se visten de la gracia del Señor y un castigo para los que no quieren “revestirse de nuestro Señor Jesucristo”, como dice San Pablo.
Nuestra sociedad rechaza a Dios. No acepta que Dios castigue a los malos.
Hoy el hombre se ha adueñado de la situación y le grita a Dios:
¡No te queremos!; ¡no te necesitamos!; ¡no importa lo que digas: no existes!
Lo queramos o no, Dios no depende del hombre sino que el hombre depende de Dios.
Te conviene, amigo, aprender.
Si quieres ser feliz y aprovechar lo que realmente puede darte la felicidad para siempre, busca el vestido que se te acople al alma. Búscalo con tiempo. Piensa que el Dios que te ofrece el Reino, te regala también el vestido necesario.
Esta es la parábola de hoy y para aclararla un poco más, tengamos presente que en el Reino el Padre es Dios, que celebra la boda de su Hijo Jesús.
Recordemos también que Dios llama a todos, buenos y malos. Lamentablemente los invitados no fueron dignos de entrar porque rechazaron a Dios.
Los invitados eran ante todo los del pueblo de Israel, por lo que el Señor tuvo que ir a buscar a los llamados “gentiles” o paganos.
Y finalmente pensemos que los primeros invitados no fueron dignos de entrar.
Si damos ahora un vistazo rápido al resto de las lecturas nos damos cuenta de que Isaías predice también la salvación que trae Dios y la compara, como la parábola de hoy, a “un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos y generosos vinos…”
El salmo responsorial nos invita a repetir gozosamente estas palabras:
“Habitaré en la casa del Señor por años sin término”.
Este salmo 22 también nos repite la misma idea de que el Señor nos hace “recostar en verdes praderas… nos prepara una mesa abundante en frente de mis enemigos”.
Por su parte San Pablo, en la segunda lectura, abunda en la misma idea diciendo que por una parte él está acostumbrado a tener de todo y a pasar hambre, a tener abundancia y privaciones. Pero está seguro de que “en pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su espléndida riqueza en Cristo Jesús”.
Terminemos con esta frase del versículo aleluyático, pidiendo a Dios que nos ayude a entender las maravillas que nos ha dado en Cristo Jesús:
“El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama”.

                                                                                   José Ignacio Alemany Grau, Obispo