22 de septiembre de 2011

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


Reflexión dominical 25.09.11

LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO

Parece que San Pablo tuvo un amor especial a los filipenses; por lo menos en su carta tiene detalles que lo dan a entender.
Los primeros versículos del capítulo segundo son una invitación a la meditación profunda.
Vamos a entretenernos con él por la importancia que tiene en la vida de comunidad de la Iglesia de Jesucristo.
Empieza Pablo queriendo comprometer a los filipenses para que se empeñen en una obra muy importante y apela a los sentimientos más nobles de su corazón.
Aprovechemos y fijémonos en lo que nos pide también a nosotros hoy. Se trata de unos consejos tan fabulosos para la familia, la comunidad parroquial y la comunidad religiosa que si los pusiéramos en práctica viviríamos en la comunidad ideal.
En la primera parte Pablo apela a los sentimientos que tienen para con él:
“Si quieren darme algún consuelo en Cristo. Si quieren aliviarme con su amor. Si es que nos une el mismo Espíritu Santo. Si tienen entrañas de misericordia”.
Después de tales expresiones Pablo pide que le den una alegría.
¿Cuál será el gozo que pide Pablo a los suyos?
Resulta que lo que pide es el bien de ellos mismos:
“Manténganse unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir”.
Hemos de tener en cuenta que precisamente en las primeras comunidades se vivía, como cuenta San Lucas, esta intimidad de amar, sentir y pensar lo mismo entre los hermanos, como teniendo un solo corazón.
Pero quiere algo más perfecto todavía:
 “No obren por rivalidad ni por ostentación”. Ya sabemos que la competencia destruye las mejores amistades.
“Déjense guiar por la humildad”. Y no pide Pablo cualquier humildad sino la de considerar siempre que el otro es superior a uno mismo, es decir, el otro es más importante que yo.
Más todavía.
Les pide que no se preocupen sólo de lo que le interesa a cada uno personalmente sino que se preocupen por el bien de los demás.
Si hiciéramos todo esto parece que ya habríamos llegado a la perfección. Sin embargo tampoco le basta a Pablo. Él quiere más perfectos a sus filipenses… y a nosotros.
Quiere que cada uno de nosotros analice cuáles son estos sentimientos de Cristo, para poder entender cómo el que se humilla de verdad será exaltado por el Señor.
El párrafo que sigue a continuación tiene dos partes. En la primera Pablo presenta la humillación total de Cristo a la que Él se sometió libremente. Siendo Dios de verdad prescinde de su condición divina y asume la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Así vivió, así actuó, rebajándose hasta someterse a la peor de las humillaciones de aquella sociedad y que fue muerte de cruz.
Hasta aquí la humillación y desde aquí la exaltación porque como leemos en la Biblia varias veces, “el que se humilla será exaltado”.
Pablo presente a continuación, en la segunda parte, la glorificación de Jesucristo. El Padre Dios lo pone por encima de todo y le da el nombre-sobre-todo-nombre, exigiendo al cielo, a la tierra y a los mismos infiernos, que glorifiquen a Jesucristo y que reconozcan que Él es el Kyrios, es decir, el Señor palabra que la Biblia emplea para nombrar a Dios.
Por consiguiente, “el nombre-sobre-todo-nombre” es la Palabra “Señor” que glorifica al mismo tiempo al Padre y al Espíritu Santo porque el Resucitado, que nos salvó a todos, es Dios y merece todo honor y toda gloria.
Ahora sí está clara la enseñanza de Pablo para todos nosotros: si seguimos a Cristo humillado compartiremos la gloria de Cristo resucitado.
El Evangelio nos presenta una familia. El Padre manda a sus dos hijos que vayan a la viña. Uno dice que sí y no va, el otro dice que no y sí va.  En realidad los dos se portan mal.
Les invito a examinarlo para que descubran cuál debe ser nuestra actitud cuando Dios nos mande “a trabajar en su viña”.
La primera lectura de hoy nos dice que cada uno es responsable de sus actos.
Uno que empieza bien puede terminar mal lo mismo que uno que empezó mal, si se convierte, puede terminar bien.
En el domingo de hoy debe salir de lo más profundo de nuestro corazón la gratitud para con Dios porque “su misericordia es eterna”.         

                                                           José Ignacio Alemany Grau, Obispo