21 de julio de 2011

XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

¡PÍDEME LO QUE QUIERAS!

Seguro que si te dieran a ti esta oportunidad te pondrían a ti en un grave aprieto.
A primera vista parece muy fácil, pero posiblemente pedirías cualquier cosa y luego te lamentarías toda la vida diciéndote:
Pude conseguir esto y esto otro y total, me he quedado sin nada o con algo que no tiene importancia.
Bueno, pues esta oportunidad se la ofreció un día Dios al joven Salomón: “Pídeme lo que quieras”.
El rey de Israel fue inteligente y fíjate lo que pidió:
“Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar este pueblo tan numeroso?”.
La petición fue inteligente y el regalo fue mayor:
“Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la muerte de tus enemigos… te cumplo tu petición. Te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti”.
Posiblemente porque el Señor nos ofrece un tesoro todavía mayor, el Reino de los cielos, el salmo responsorial nos anima a decir:
“El Señor es la porción de mi herencia”.
El Evangelio, como en domingos anteriores, nos sigue presentando distintas parábolas para que podamos tener una idea de lo que es el Reino de los cielos. Empieza con una, muy simple al parecer, pero es una de las más profundas y bellas. Imaginamos la escena:
Un hombre trabaja un campo que no es suyo. Es un simple asalariado. Mientras ara el campo descubre algo duro que le llama la atención. Escarba y se da cuenta de que es, ni más ni menos, que uno de los tesoros que solían enterrar los israelitas cuando se iban al destierro, con la esperanza de regresar y recuperarlo.
Mira para todas partes. Nadie le ha visto. Vuelve a taparlo sigilosamente. Comienza a pensar cómo podrá conseguir el tesoro escondido.
Busca al dueño del campo y le pregunta cuánto quiere.
El otro le da el precio y el obrero piensa: mi chacrita, mi casa, mis animalitos, lo que tengo ahorrado en el banco… y lleno de satisfacción exclama: ¡justito! Lo perderé todo pero compraré el campo.
Así lo hace. Vende todo lo que tiene y lo compra.
Pero hay un paréntesis que ha puesto Jesús al decir que todo esto lo ha hecho “lleno de alegría”.
Esto es lo importante cuando se trata de conseguir el Reino de Dios. Hay que estar dispuesto a perder “todo”. Pero, además, hay que saber acoger el tesoro con amor y con mucha alegría porque el tesoro es el Evangelio, es Cristo mismo.
Es entonces cuando se puede repetir con el salmo: “El Señor es la porción de mi herencia”.
La segunda parábola es casi igual. “El Reino de los cielos es semejante a un comerciante que se dedica a compra - venta de perlas y al encontrar una valiosísima, vende todo lo que tiene y la compra”.
Finalmente, la tercera parábola que nos propone San Mateo se refiere al juicio final que es la hora de partir definitivamente al Reino.
Ya sabemos que muchas personas, partiendo de que Dios es misericordioso (¡y es infinitamente misericordioso!) no aceptan que Dios pueda juzgar.
Sin embargo, la carta a los hebreos afirma: “está determinado que los hombres mueran una sola vez y después el juicio”.
Por su parte, Jesús mismo nos habla del juicio en el capítulo 25 de San Mateo y en otras oportunidades, como por ejemplo, en su conversación con Nicodemo.
Esto es precisamente lo que dice la tercera parábola:
“El Reino de los cielos se parece a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran”.
La explicación es clara y los oyentes la entendieron muy bien:
“Los ángeles, al final de los tiempos, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Con parábolas, Jesús va explicando que ha venido al mundo para que quienes acepten el Reino de Dios consigan la salvación.
Pregúntate, amigo, qué has sacrificado tú para conseguir el “tesoro” que te salva y con el cual serás feliz toda la eternidad.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo