5 de mayo de 2011

III DOMINGO DE PASCUA, CICLO A


EL DOMINGO DE LA ALEGRÍA PASCUAL
Recuerdo que cuando estaba en el seminario hicieron un concurso con premios para los mejores. El tema era precisamente el tercer domingo de pascua.
El primer premio se lo llevó un compañero colombiano que se apellidaba Miranda y el segundo me lo llevé yo.
Estoy seguro de que solamente concursamos los dos…
Pero lo que sí recuerdo es que mi tema fue “la alegría pascual en el tercer domingo”.
Examinando las lecturas para compartirlas con ustedes me doy cuenta de que era muy bueno el enfoque que di al tema. Meditémoslo.
La primera oración es: “Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente”.
En la oración de las ofrendas, leemos:
“Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia, exultante de gozo, y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos participar también del gozo eterno”.
Así, pues, pienso que está más claro que nunca el tema central de este domingo.
En cuanto al motivo de tanta alegría, aparece en estas mismas oraciones y en las lecturas: ¡Estamos felices por la resurrección de Jesucristo!
En los Hechos de los apóstoles, leemos la predicación de Pedro el día de Pentecostés.
Después de echarles en cara la crucifixión de Jesús, Pedro afirma gozoso:
“Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte”.
Según Pedro, el fruto de la resurrección es el Espíritu Santo que Jesús ha recibido del Padre, como estaba prometido, y que Él mismo a su vez lo derramó sobre los apóstoles ese día.
En cuanto a la carta primera del mismo apóstol Pedro, también aparece el gozo de la salvación que Dios nos da por medio de Cristo al rescatarnos “no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha”.
Esta resurrección de Cristo nos permite poner en Dios nuestra fe y nuestra esperanza.
En el salmo responsorial leemos ideas similares:
“Tengo siempre presente al Señor… por eso se me alegra el corazón y se gozan mis entrañas… me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.
No faltan los cristianos que tienen la idea de que el cristianismo es algo negativo y que los mejores son los que viven más introvertidos y hasta un tanto amargados, viendo sólo pecados y cosas negativas en el Evangelio de Jesús.
Nada más equivocado. Precisamente Benedicto XVI nos habla con frecuencia de esta alegría que en el fondo viene a ser el “gozo”, fruto del Espíritu Santo.
Pero el Evangelio se lleva la palma en este día.
La poesía, la música, la pintura, nos presentan el encuentro del Resucitado con los dos de Emaús con tanta belleza que se ha grabado en los corazones de todos. Resumamos:
Dos hombres, posiblemente Cleofás y Lucas, van tristes compartiendo la desilusión en que los ha dejado Jesús crucificado.
Un hombre que camina más a prisa se les une y los dos creen que es un caminante que quiere compañía. Conversan. El tema de conversación es el de todo el mundo: Jesús Nazareno.
Ellos manifiestan su desilusión y el peregrino, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas”, les explica todo lo que se refiere al Mesías en las Escrituras y cómo se ha cumplido en estos días.
Llegan al pueblo tan ilusionados por la conversación que le invitan a pasar la noche con ellos: “Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída”.
Entra para quedarse con ellos. “Sentado a la mesa tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”.
Su tristeza se convirtió en gozo. Habían descubierto a Jesús y comentaron entre ellos:
“¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”
El gozo fue tan grande que, a pesar de ser de noche y estar cansados del camino, “se levantaron al momento y se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once. Todos estaban felices comentando: ¡Es verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón!”.
Por su parte, los dos de Emaús, contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían conocido al partir el pan.
Una alegría que no podemos imaginar ahora pero que esperamos gozar cuando reconozcamos a Jesús el día de nuestra propia resurrección.