28 de abril de 2011

II DOMINGO DE PASCUA, CICLO A


LA DIVINA MISERICORDIA
¡Misericordia¡, ¡misericordia! O a veces ¡socorro, socorro!
Es el grito personal y multitudinario en las catástrofes naturales, que por cierto son tan frecuentes en nuestros tiempos (inundaciones, terremotos, tsunamis…).
Ese mismo grito es el de las almas en angustias personales o de la familia o de los grupos.
En este domingo, el Dios vivo, que nos creó y nos ama, nos dice:
“Yo soy… el Dios clemente y rico en misericordia”. Yo soy la Divina Misericordia para todos.
Esta Misericordia Divina es la que celebramos en la octava de Pascua, o domingo in albis.
Además, hoy providencialmente, se celebra también la beatificación de Juan Pablo II, el Grande, que propagó y oficializó la Fiesta de la Divina Misericordia.
Muchas cosas podríamos compartir en este día, pero vamos a seguir la liturgia que en este domingo nos habla expresamente de la misericordia divina.
Parece que el Señor se escogió este día y que el Papa decidió esta celebración, fijándose en el tema central de la liturgia.
La oración colecta comienza con estas palabras:
“Dios de misericordia infinita…”.
De esta misericordia del Señor brota especialmente la petición del día, en medio del gozo pascual que nos envuelve.
Las lecturas nos muestran, en primer lugar, cómo era la vida de la primera comunidad cristiana, una vida que ojalá mantengamos también nosotros a diario, para llegar a una intimidad personal con nuestro Creador:
“Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles”, es decir la lectura y la meditación de la Palabra de Dios.
* “En la vida común”, la famosa koinonía o vida de fraternidad y comunión.
* “En la fracción del pan”, que hoy llamamos la Santa Misa y nos congrega diariamente y sobre todo cada domingo.
* “En las oraciones”; salmos, cantos y oraciones espontáneas.
El salmo responsorial, a su vez, nos invita a agradecer y proclamar al Dios misericordioso: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Y es que, en realidad, sólo por su bondad infinita, Dios puede tener tanta misericordia para con nosotros.
Será bueno que te preguntes: ¿doy gracias con frecuencia a este buen Dios que tiene tanta misericordia conmigo, me creó, me arropó en una familia, me regaló la vida de la fe y me sigue ofreciendo las cuatro cosas que necesito para mi salvación: la enseñanza, la fraternidad, las oraciones y la eucaristía?
Por su parte San Pedro, en su carta, comienza así: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia…” resucitó a Jesús para llenarnos de esperanza seguros de que, por Él, tenemos asegurada una herencia incorruptible que no es otra que Él mismo. Esta será nuestra alegría eternamente.
San Pedro añade también una importante bendición que será bueno meditar, ya que está como definiendo nuestra fe:
“No habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo veis y creéis en Él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación”.
El versículo del aleluya hace eco a estas palabras de San Pedro con la reprensión que le hizo Jesús a Santo Tomás: “Porque me has visto, Tomás, has creído: dichosos los que crean sin haber visto”.
El Evangelio de San Juan nos habla de la gran prueba del amor misericordioso de Dios que es la gracia de su perdón que, precisamente, este día delega a los apóstoles en esta escena:
Los discípulos están en el cenáculo, encerrados por miedo a los judíos. Jesús les da su saludo pascual: “¡Paz a vosotros!”.
Después se les da a conocer y acalla sus temores. Luego les ofrece el Espíritu Santo para que ellos puedan perdonar a todos con el poder de Dios:
 “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
Evidentemente que en este momento la misericordia divina hace un derroche de amor, ofreciéndonos a todos la posibilidad de rehacer nuestras relaciones con el Creador y volver a Él por más que hayan sido muy graves nuestros pecados.
Como un detalle más de su amor misericordioso, Jesús volverá ocho días después al cenáculo para recoger al apóstol ausente, que se había negado a creer. De esta forma completó el número de sus apóstoles.
Son detalles del amor misericordioso de Dios que no quiere que ninguno se pierda.
Te invito a meditar la importancia de la misericordia de Dios en tu vida. De este amor misericordioso depende tu salvación y felicidad eterna.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

22 de abril de 2011

DOMINGO DE RESURRECIÓN, CICLO A

YA TODO CAMBIÓ, ¡ALELUYA!
“Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
Durante ocho días nos repetirá la liturgia estas mismas palabras.
Es que la Iglesia está feliz con el triunfo de Jesús.
No podemos negar que todos nosotros queremos cambio.
Precisamente por eso los políticos prometen cambiar todo cuando suban al poder aunque la triste realidad es que luego suelen cambiar, ¡sí! pero “a peor”.
El cambio verdadero está hecho. Lo realizó Jesús el día de la Pascua:
La muerte cambió en vida, la maldición en bendición, el pecado en gracia.
Por eso, la liturgia repetirá muchas veces, feliz por el cambio realizado para el bien de la humanidad: ¡Aleluya! (que significa “alabanza al Señor”).
La primera lectura de este Domingo de Resurrección nos presenta a Pedro, feliz, dando un testimonio privilegiado en el que llamamos el discurso kerygmático del día de Pentecostés:
“Nosotros somos testigos de todo lo que hizo (Jesucristo) en Judea y Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de la resurrección”.
De este misterio el apóstol saca esta conclusión:
Si creemos en Cristo de verdad, recibiremos “por su nombre, el perdón de los pecados”.
El salmo responsorial nos habla de la glorificación de Cristo. Para ello emplea una comparación tomada de la construcción de un gran castillo:
Los hombres rechazaron a Cristo, como una piedra despreciable para ellos. Pero Dios lo colocó como “piedra angular”, sobre la que debe apoyarse todo el edificio. No hay cobijo salvador sin Cristo.
Por su parte, San Pablo nos da un consejo práctico que debemos tener muy presente, cada día:
El cristiano tiene que esforzarse por cumplir lo mejor posible sus deberes familiares y cívicos… pero al mismo tiempo debe vivir con la esperanza de un respaldo gozoso: la seguridad de una recompensa eterna, fruto de la resurrección:
“Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba no a los de la tierra”.
Para Pablo hay una cosa muy clara que a nosotros posiblemente se nos hace un tanto difícil pero es esencial en el cristianismo: tenemos que morir al mal con Cristo y entonces nuestra vida estará “con Cristo escondida en Dios”.
Evidente que se trata de un misterio cristiano que Pablo concreta así a los romanos:
“Si sufrimos con Él, seremos también con Él glorificados”.
En este domingo, hay además, una “secuencia” muy bella que les invito a leer con calma.
Ahora me limito a transcribir esta estrofa que resume el misterio pascual: Jesús muerto, al resucitar, vence la muerte:
“Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es la vida, triunfante se levanta”.
El Evangelio de hoy nos presenta la prueba del sepulcro vacío, hecho histórico que asegura la resurrección de Jesús.
Del sepulcro sellado y bien custodiado, huyeron los soldados al ver la piedra rota y el sepulcro vacío.
Poco a poco, aumenta el número de los testigos que comprueban la tumba vacía y las vendas por el suelo: Magdalena, las mujeres, Pedro, Juan…
Más tarde se les aparecerá a todos ellos el Resucitado como Pastor que recoge su rebaño, y cada uno irá creyendo en la resurrección.
Tengamos en cuenta que aquí se encuentran las dos grandes pruebas de la resurrección de Jesús.
El sepulcro vacío y las apariciones a unas personas que, ni en sueños, imaginaron que Jesús podía resucitar, aunque se lo había profetizado varias veces.
Un detalle es el del apóstol San Juan que, sin ver al Resucitado, creyó. Él mismo lo expresa con estas palabras:
“Entró también el otro discípulo… vio y creyó. Pues hasta entonces no había entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos”.
Juan es el modelo de nuestra fe. Nosotros, sin ver a Cristo, creemos en Él y estamos seguros de que Él es el amor de nuestra vida. De todas formas no olvidemos nunca que creemos en Cristo porque Dios nos ha regalado la fe.
Por eso, con la Iglesia, alabemos a Dios, repitiendo muchas veces:
“Ya todo cambió ¡Aleluya!

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

14 de abril de 2011

DOMINGO DE RAMOS, CICLO A

Cinco escenas en el Domingo de Ramos

Hemos llegado a la “gran semana” o “semana mayor”; también llamada “Semana Santa”, por los grandes acontecimientos de la redención que vamos a revivir.
Es una semana de gozo y gratitud en la que el amor recuerda y aprende a amar.
En el domingo de hoy la liturgia de la Palabra nos invita a reflexionar en cinco “cuadros” o momentos especiales.
Nos detendremos más en el primero, que es el propio del día, tomando algunas ideas del segundo tomo de “Jesús de Nazareth” que Benedicto XVI nos acaba de regalar.

* Jesús venía “subiendo” desde el mar de Galilea que está aproximadamente a 200 metros bajo el nivel del mar, hacia Jerusalén que está 700 metros sobre el mar.
Al principio le acompañan los doce apóstoles pero, poco a poco, se le va añadiendo un grupo creciente de peregrinos que van también a celebrar la Pascua en Jerusalén.
Mateo y Marcos nos dicen que, ya al salir de Jericó, una gran muchedumbre seguía a Jesús, incluido el ciego Bartimeo, feliz por haber recuperado la vista.
Serán estos que le acompañan, los que empezarán la gran manifestación del triunfo de Jesucristo en el que llamamos “domingo de ramos”.
Es Jesús mismo el que, en esos momentos y siguiendo el plan del Padre, “reivindica para sí el derecho del rey a requisar los medios de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad.
El hecho de que se trate de un animal sobre el que nadie ha montado todavía, remite también a un derecho real. Y sobre todo se hace alusión a ciertas palabras del Antiguo Testamento que dan a todo el episodio un sentido más profundo”.
Pero el poder de Jesús es distinto del de los reyes antiguos y en especial de todo lo que pueda suponer violencia.
“Su poder… reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios, que Él considera el único poder salvador”.
Por otra parte, “también el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel…”.
“Los peregrinos que han venido con Jesús a Jerusalén se dejan contagiar por el entusiasmo de los discípulos; ahora alfombran con sus mantos el camino por donde pasa. Cortan ramas de los árboles y gritan palabras del salmo 118...:
¡Hossana!, ¡bendito el que viene en nombre del Señor!”.
Después de la lectura de este párrafo del Evangelio, con el que empieza la liturgia, tomamos los ramos y comenzamos la procesión hacia el lugar donde se celebrará la Santa Misa. Estos ramos que aclamaron a Jesús aquel día hablan de lo efímero que es el triunfo humano, lo mismo que los ramos que ahora llevamos nosotros y que terminarán convertidos en ceniza el próximo año.

* En la primera lectura Isaías nos habla del siervo del Señor que representa a Jesús como el discípulo fiel al plan de Dios.
Él carga sobre sí todos los dolores de la pasión y muerte para “decir al abatido una palabra de aliento”. Y la palabra de aliento es que no nos faltará nunca el Señor en medio de las peores tribulaciones.
En la enfermedad, en la falta de trabajo, en la calumnia, etc; Isaías nos invita a tener presentes estas palabras “el Señor me ayuda”.

* El tercer momento es el del salmo responsorial que se hace eco del calvario y nos invita a repetir “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Son las palabras de Jesús en al cruz.
El salmo 21 que meditamos pasa de la dolorosa situación del abandono total y lo que es peor, no sólo de los hombres, sino del mismo Dios, a la confianza filial:
“Señor, no te quedes lejos. Fuerza mía ven corriendo a ayudarme”.
Buena lección para nosotros: En los momentos difíciles fiémonos siempre de Dios.

* Por su parte San Pablo, en la carta a los filipenses, recuerda todo el plan de Cristo redentor:
En efecto, manteniendo la divinidad se humilla hasta pasar como un hombre de tantos. Como el hijo del carpintero.
Asumió todas las limitaciones humanas hasta la peor muerte, la de cruz.
Todo fue en obediencia al plan de Dios.
Pero con su humillación merece la exaltación más grande y el título de Kiryos, que traducimos como “Señor”, y que la Biblia aplica únicamente a Dios.
Por eso, frente al Redentor humillado, es preciso que ahora “toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame:
¡Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre!”.

* El último cuadro es el Evangelio de hoy. Se llama la “pasión de nuestro Señor Jesucristo”.
La liturgia en el domingo anterior a la Pascua, recuerda a la asamblea dominical de los fieles, todo el relato de la pasión.
Este año es el de San Mateo.
Ojalá el sacerdote nos lo lea entero y podamos seguirla con verdadera pasión de enamorados.
Pero si hace la lectura breve, te animo a encerrarte en tu cuarto más tarde (o mejor en familia) y lee todo. Es Mateo del capítulo 26,14 al capítulo 27,66.
Es largo. Pero es domingo y no tienes cosas más urgentes que hacer.
Recuerda con amor todo lo que Jesús pasó por ti.
Medita con atención.
Adora a tu Dios.
Agradece a tu Redentor.
No olvides que a Jesús le debes la salvación y por eso puedes vivir en la esperanza de un mundo mejor que no acabará nunca.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

10 de abril de 2011

V DOMINGO DE CUARESMA, CICLO A

JESÚS ES LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA

“El que está vivo y cree en mí no morirá para siempre, dice el Señor”.

Esta antífona inicial nos sitúa en el tema de este quinto domingo de cuaresma.

Un asunto muy importante para todos y un regalo que Dios nos da más allá de la muerte temporal.

En la primera lectura de Ezequiel Dios promete su Espíritu para darnos una vida nueva. En la lectura del profeta podemos adivinar que nos adelanta la resurrección de la que nos hablará Jesús con toda claridad en el Evangelio.

De hecho será el Espíritu quien resucitará a Jesús de entre los muertos y quien nos asegurará nuestra propia resurrección.

Por este motivo San Pablo nos pide que tomemos conciencia cada uno de nosotros porque, quien vive para la carne y la corrupción, está sin el Espíritu y sin Cristo.

En cambio, quien vive para el espíritu tiene el Espíritu Santo en su interior y a Cristo también.

Además, el Apóstol nos recuerda la mejor resurrección; es decir, resucitar a la vida eterna. Meditemos sus palabras.

“Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros”.

Ningún regalo comparable a éste.

El Espíritu Santo vive en mí. ¡La tercera persona de la Santísima Trinidad inseparable del Padre y del Hijo está en mí! ¡Soy su templo! ¡Soy templo de Dios!

Por su parte el salmo responsorial se vuelve oración y se hace un grito que brota en lo más profundo de nuestro ser, buscando a Dios.

Es el mismo Señor quien responde al alma esperanzada: “Del Señor viene la misericordia, la redención abundante”.

Uno de los versículos del Evangelio es el que leemos en la aclamación: “yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor, el que crea en mí no morirá para siempre”.

Esto se hace realidad temporal en la resurrección de Lázaro, el muerto de cuatro días.
He dicho temporal porque Lázaro resucitó, pero luego murió como todos los mortales.
De todas formas está claro que la resurrección de Lázaro la hace Jesús para advertir que es Él mismo quien trae la resurrección definitiva más allá de la muerte: “Quien cree en mí no morirá para siempre”.

En este pasaje evangélico tenemos mucho que meditar. Fijémonos, por ejemplo, en un detalle:

Antes de resucitar a Lázaro Jesús exclama: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que tú me escuchas siempre pero lo digo por la gente que me rodea para que crea que tú me has enviado”.

¿Te fijas? En realidad Jesús ya dijo, en otra oportunidad, que recemos como Él ha rezado junto a la tumba de Lázaro. Recordemos la cita:

Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis”.

Permíteme que te pregunte: ¿tú rezas así? ¡No es fácil, pero eso sí es fe auténtica!

Dejemos ahora que Benedicto XVI nos explique este último paso del camino de la iniciación cristiana que nos propuso en su mensaje cuaresmal. Al pedirnos que revivamos nuestro bautismo en este tiempo del año, nos dice:

“Cuando en el quinto domingo se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: “Yo soy la resurrección y la vida”… ¿Crees esto?”.

Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta toda la esperanza en Jesús de Nazaret: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo”.

La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte para vivir sin fin en Él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza”.

Hasta aquí el Papa Benedicto.

¡Qué duro pensar que los que no tienen fe están viviendo en un sepulcro sin futuro porque para ellos todo queda aplastado en el tiempo!

Nosotros, en cambio, terminemos repitiendo con Marta: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo