24 de marzo de 2011

III DOMINGO DE CUARESMA, CICLO A

 SEÑOR, TENEMOS SED DE TI

El pueblo, torturado por la sed, murmura contra Moisés. “Poco falta para que lo apedreen”.

Ellos saben que pelear contra su caudillo es pelear contra Dios.
Dios mismo también lo entiende así pero Él, siempre comprensivo, da un nuevo poder a Moisés.

En efecto, el caudillo golpeará la roca y brotará agua abundante que correrá por el desierto.

De esta manera la misericordia de Dios esta vez se transforma en agua para la tierra reseca, como un símbolo de otra agua superior que vendrá con el regalo del Padre y del Hijo: “si alguno tiene sed, venga a mí y beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva”.

Es el mismo evangelista quien explica estas palabras, completando: “Se refirió con esto  al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en Él”.

Por su parte San Pablo nos habla también de este don de Dios, oculto bajo la comparación del agua, con estas palabras: “el amor ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”.

Los símbolos e imágenes del Antiguo Testamento se hacen realidad en el nuevo y la humanidad, siempre sedienta, encontrará en Dios el agua abundante.

La respuesta a este Dios que nos llama siempre a la conversión, sobre todo en tiempo de cuaresma, es la que nos propone el salmo responsorial.

“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor que dice: “¡no endurezcáis vuestro corazón!”.
Los corazones duros como la roca, nunca sacarán agua si no es con el arrepentimiento y la misericordia de Dios: ¡No endurezcas tu corazón para que Dios tenga misericordia de ti y te salve!

En el itinerario bautismal que estamos recordando cada semana, Benedicto XVI nos comenta:

“La petición de Jesús a la samaritana “Dame de beber” que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del “agua que brota para vida eterna”: es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos “adoradores verdaderos” capaces de orar al Padre “en Espíritu y en verdad”.

¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza!

Sólo esta agua que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha “hasta que descanse en Dios”, según las célebres palabras de San Agustín”.

El prefacio del día nos dice que es Dios quien siembra la sed en el corazón y luego da el agua. De esta manera entendemos que todo es don de Dios.

Te invito de una manera muy especial en este domingo a que ahondes en el Evangelio del día:

Medio día. Sol y calor. Jesús parece amodorrado junto al pozo de Jacob, pero en realidad está esperando a una mujer de corazón insaciable.

Hablan de varias cosas, pero lo más importante es que a esa mujer sedienta de Dios no la han podido saciar los seis hombres que han pasado por su vida. Son varios los temas que tocan y poco a poco Jesús la va preparando para hacer de ella un verdadero apóstol.

Hasta ahora era el templo de Jerusalén el lugar propio para adorar y no el Garizín de los samaritanos. Pero ya estamos en otra época: ahora se adora a Dios en espíritu y en verdad.

Le habla de cómo el agua que Él ofrece no es como la del pozo que no sacia y por eso hay que regresar cada día a buscarla. El agua que da Jesús salta hasta la eternidad como un surtidor… Al final de todo Jesús le revela su misión: “El Cristo, el Mesías soy yo, el que hablo contigo”.

Piensa que en el de la samaritana está tu corazón y que Jesús te pide agua a ti, que tanto la necesitas. Puede parecer ridículo que pida el que tiene (Dios)  al que no tiene (tú). Sin embargo, es la mejor forma de que Él se acerque a tu corazón.

Al final, cuando creías que tú estabas dispuesto a dar agua a Dios, descubrirás que tu corazón está reseco y que siempre será Dios el que sacie tu sed.

¡Cuántas cosas descubre el Señor con su luz en el corazón pobre y vacío de todo ser humano!

Y tú, como la samaritana, olvidarás el cántaro de tus miserias y saldrás a gritar a todos que Dios conoce tu pobreza, y a pesar de todo, te busca y te ama y que sólo Él puede saciar tu sed.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo